¿Emprendedores o informales?

Por: Ibsen Martínez

  ¿Por qué hay tantos y tan inventivos emprendedores en un continente tan rezagado y poco competitivo como el nuestro? ¿Se salen realmente con la suya o terminan siendo trabajadores informales ?   La historia económica latinoamericana brinda tanto más lecciones iluminadoras cuanto más atrás miramos.

  Uno de los más brillantes historiadores del desempeño económico de nuestra América es, característicamente, un español: Leandro Prados de la Escosura.  En un concienzudo trabajo suyo sobre el rezago latinoamericano, logra dejar sentado que, en términos globales, nuestro continente comenzó abiertamente a rezagarse del hoy llamado primer mundo, ( hablamos, groseramente, de los países miembros de la OCDE) sólo a partir de últimas décadas del siglo XX.

  El trabajo en cuestión se titula  “¿Cuándo comenzó a rezagarse América Latina?”  y puede leerse  en una compilación que Sebastián  Edwards y otros respetados investigadores  del tema editaron en 2004 para la Universidad de Chicago.[1]

  La disertación de Prados de la Escosura es una densa acumulación de evidencia que el autor contrasta con las diversas hipótesis  al uso sobre nuestro rezago económico.  Sin embargo, el paper no llega nunca a ser intraficablemente abstruso – ¡y está soberbiamente bien escrito!—,  de modo que hasta legos como usted o yo pueden  sacar mucho provecho de su lectura.

  Me apresuro a decir que, el texto que invoco tan de pasada se contrae a examinar   sólo el “timing” de nuestro ostensible rezago para responder solamente a la pregunta “¿cuándo comenzó  verdaderamente a joderse todo esto?”  En modo alguno es un “Tratado de los Porqués”.

  Su lectura me llevó a releer a otro historiador, venezolano esta vez. En su libro “Inventos, inventores e invenciones del siglo XIX venezolano”[2],  Bifano nos sorprende al contrariar,  con noticias del pasado,  la idea recibida de que América Latina siempre ha sido tierra yerma en cuanto a invención aplicada a lo industrial o comercial.

  Pues bien, Bifano demuestra fehacientemente que  la inventiva venezolana  del período que sigue a 1830, se disparó durante el resto del siglo, al punto que las oficinas de patentes  de Nueva York y París, registran decenas de inventos venezolanos: máquinas cosechadoras, desmotadoras, empacadoras, ingenios para la farmacopea basada en productos naturales, máquinas que generan insumos para la industria textil y la perfumería de la época, etcétera. Creo lícito suponer que algo parecido debió ocurrir en el resto de nuestros países.

  Desde  luego, sabemos bien que la despepitadora de algodón dio impulso definitivo a la agroindustria estadounidense, en tanto que  pocas , por no decir ninguna, de las soberbias invenciones venezolanas que registra el profesor Bifano, muchas de ellas probadas con éxito, si bien en pequeña escala, en nuestros cafetales y   hatos ganaderos, no hicieron la fortuna de ningún McCormick criollo.  ¿Por qué nuestra inventiva no condujo a los saltos dramáticos en productividad que se registraron países del primer desarrollo industrial?

  La respuesta corta  quizá ya sea demasiado conocida, pero vale la pena consignarla una vez más: el demasiado tortuoso camino de acceso  al capital y al crédito que atraviesa toda la  historia de los emprendimientos latinoamericanos de aquel siglo imperial. Supongo que hay  respuestas más largas, pero seguramente nos llevarían demasiado lejos y esto es sólo un artículo de prensa..

  Sin embargo, creo que lo dicho puede ya ponerse en relación con una pregunta más contemporánea que, a  su vez,  nos remite al rezago en torno al que discurre Prados de la Escosura. Hablo aquí de los hoy en día llamados “emprendedores”. Pero antes, una digresión sobre la palabra “emprendimiento” y sus  alrededore vecindades.

  La palabreja ha corrido con fortuna en los últimos tiempos en América Latina  y, francamente,  es muy de agradecer que no hayan inventado un neologismo Spanglish como podría haber sido “estartoppers”.  Fin de la digresión.

 Pues bien,  la pregunta  del párrafo anterior es: “¿Por qué hay tantos y tan inventivos emprendedores en un continente tan rezagado y poco competitivo como el nuestro?”    Lo de tantos y tan inventivos no es especulación de buen cubero:es algo que resplandece en los informes del BID.  En cualquier país de nuestra región encontraremos, sin buscar mucho, ejemplos sorprendentes , ¡y entusiasmantes!,  de inventiva y talante emprendedor.

  El tamaño de esos emprendimientos son, guardando distancias, muy comparables al tamaño que, por poner un ejemplo “schumpeteriano”, pudo tener en sus orígenes el garaje   de Jobs y Wozniak en Palo Alto.

  En lo que toca a inventiva, olfato para las oportunidades, clarividencia del mercado global, sentido de lo hacedero; en fin, todo lo que, en jerga taurina, se llama  “lo que hay que tener”,  lo tienen los latinoamericanos de todas las latitudes y en grado sumo.

  ¿Por qué, entonces, la pequeña nuez nunca llega a crecer hasta hacerse un frondoso bosque de robustos nogales? ¿Por qué en los mejores  casos, nuestros emprendimientos, deslumbrantes  por lo incisivo de su concepción , rara vez pasan en la economía real de ser, como diría Moisés Naím,  nogales bonsai.?

  ¿Es fatal que, ante la asfixiante sobrerregulación estatal, el difícil acceso al crédito, las arteras prácticas del “capitalismo de amiguetes”, siempre parásito del Estado, y last but not least,  nuestra secular falta de ética comercial, muchos emprendedores se vean reducidos a ser trabajadores informales?

  Buena pregunta que nos acucia, que yo sepa, desde 1830.

 Ibsen Martínez está en @ibsenM

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