El rey de España otorgó a Luis Ugalde la Orden Isabel La Católica

Hoy les traemos la carta del gobierno español al padre Luis Ugalde, así como las palabras del mismo al recibirla.

A continuación, la Carta de Reconocimiento por su ingreso a la Orden Isabel La Católica de España:

Ahora les compartimos las palabras del padre Luis Ugalde:

Excmo. Sr. Embajador de España D. Jesús Silva…

Queridos religiosos y religiosas. Amigos todos.

Gracias por esta condecoración del gobierno español que sin duda va más allá de mi persona y es reconocimiento al numeroso grupo de religiosas y religiosos españoles que vinimos a Venezuela por razones de vocación espiritual y de servicio religioso. Somos más de  un millar las  religiosas y religiosos que en la segunda mitad del siglo XX vinimos a Venezuela para vivir aquí nuestra vida consagrada a Dios sirviendo al pueblo venezolano en las áreas de salud y educación y de formación de comunidades cristianas.

En mi caso personal, la semana pasada cumplí 62 años (15 de marzo de 1957) de mi llegada como joven jesuita de 18 años con otros 7 compañeros de mi edad a una Venezuela que no conocíamos y descubrimos como tierra de luz, de esperanza y buena para la siembra del Evangelio. Veníamos de por vida y con la opción espiritual de nacer de nuevo, lo que no significaba renunciar a nuestra nativa identidad, sino eliminar fronteras para sembrar nuestras vidas en esta tierra de promisión. Veníamos animados por las palabras de Jesús: quien entrega su vida para que otros la tengan, aunque parezca que la pierde,  la encuentra, como el grano de trigo que  si cae en tierra, renace y da mucho fruto.

Ese millar de religiosas y religiosos españoles venía con su variada identidad proveniente de pueblos diversos que constituyen el conjunto del pueblo español: gallegos, canarios, vascos, castellanos, catalanes, andaluces, cántabros, astures, aragoneses, etc.; cada uno con sus acentos y caracteres y movido por el carisma  propio de su congregación religiosa, pero todos nutridos por la común inspiración y fuente de vida, que es el Evangelio de Jesús.

Al besar tierra venezolana no queríamos ser fugaces aves de paso, sino sembrarnos en este pueblo de modo que naciera, floreciera y fructificara en él el mensaje de Jesús y el carisma específico de  nuestra congregación. Así nacieron en toda la geografía venezolana numerosas obras educativas, de servicio de salud y de formación de comunidades cristianas. Los resultados demostraron que la semilla era buena y mejor la tierra que la recibía y la transformaba en vida vigorosa.

Permítanme mencionar solamente a  cuatro gigantes de asombrosa creatividad: el H. Ginés fundador e inspirador de la Fundación La Salle, el P. Cesáreo Gil incansable promotor del vigoroso Movimiento de Cursillos de Cristiandad, el P. Manuel Aguirre visionario sembrador de la dimensión sociopolítica del cristianismo y el P. José María Vélaz gran inspirador de Fe y Alegría movimiento venezolano de educación popular que, saltando fronteras, hoy es realidad y esperanza en 22 países de América y África.

Hace unos 30 años me encontré en un aeropuerto con un diputado español especialmente interesado y conocedor de América Latina.  Luego de confesarme su condición de persona laica no religiosa y de político identificado con las causas sociales, me dijo: Cuando voy a un país latinoamericano y quiero ver la realidad desde abajo y llegar a los indígenas y campesinos o encontrarme con comunidades de barrios pobres, he descubierto que el camino son los religiosos y religiosas que están viviendo en el corazón de los movimientos sociales más esperanzadores. Ellos, insertos como levadura en medio de los pueblos más sufridos de América, son el rostro más humano y más cercano de España.

Las religiosas son más numerosas y en muchos aspectos más audaces que los varones en esa presencia entre los excluidos, actuando con gran libertad, cercanía de inserción y creatividad y han encontrado respuesta generosa en jóvenes que se entusiasman con el carisma de su congregación.

Ante la imposibilidad de relatar estas aventuras vitales de religiosas y religiosos españoles como animadores e inspiradores de comunidades venezolanas de esperanza, me limito a recordar un hecho originario y emblemático. Hace 140 años no había en Venezuela ni una sola congregación religiosa, pues habían sido suprimidas y prohibidas por Guzmán Blanco. Pronto se vio  que esta prohibición insensata mutilaba una inmensa fuente de vida y de servicio generoso que el país necesitaba. Por eso el Presidente Rojas Paúl hace 130 años envió a Francia a buscar religiosas para entregarles la dirección y gerencia integral del Hospital Vargas, primer gran hospital que construía el gobierno nacional. Para ello  vinieron de Francia las Hermanas de San José de Tarbes.  Al mismo tiempo fueron buscadas en España las Hermanas de la Caridad de Santa Ana para una labor heroica y poco ambicionada, como era el cuidado de los leprosos. La Congregación en Madrid pidió entre sus jóvenes voluntarias para venir al Zulia a sembrar su vida en la isla de la Providencia al servicio de los leprosos. En aquel tiempo la lepra era considerada todavía como una maldición de Dios y una enfermedad contagiosa, por lo que los enfermos eran separados  y ocultados. 25 jóvenes de las hermanas de Santa Ana se ofrecieron voluntarias para constituir la primera presencia española en esta nueva etapa de la Vida Religiosa en Venezuela. En esos años nacían también las cinco primeras congregaciones religiosas venezolanas en respuesta evangélica a necesidades extremas.

En esa primera expedición de voluntarias españolas se manifiesta el milagro de amor de venir a un país remoto y desconocido para ellas a dar la vida por unos enfermos estigmatizados y excluidos que no eran parientes suyos. Venían con la seguridad puesta en la palabra de Jesús de que quien da la vida por el necesitado aunque parezca que la pierde la gana. Dicen que la mitad de esas primeras voluntarias murieron  jóvenes, no de lepra sino del paludismo que diezmaba la población venezolana. La elocuente entrega evangélica  de sus vidas produjo en tierras zulianas el florecimiento de la congregación de las hermanas de Santa Ana con numerosas vocaciones consagradas al servicio del prójimo en educación, en salud y también en comunidades indígenas de la periferia nacional. Sr. Embajador, agradezco esta iniciativa suya de reconocimiento a los religiosos y religiosas que se ha concretado en mi persona y añado mi agradecimiento- nuestro agradecimiento de religiosos- a esta tierra de gracia y a su gente que nos recibió con su cálida sonrisa y nos invitó a nacer de nuevo. Esta Venezuela que hoy nos invita a dar la vida para que ella salga de la actual tragedia. Afortunadamente no conozco ninguna congregación que esté pensando en irse de aquí porque los tiempos son difíciles, sino más bien estamos decididos a trabajar más, convencidos de que dar la vida para que florezca la vida, no es perderla sino ganarla y contribuir al pronto amanecer de una nueva Venezuela. Muchas gracias.

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