El manifiesto del odio (basado en la doctrina de Delcy) – Andreína Mujica

Héctor Mujica

Publicado en El Pitazo

Héctor Mujica
Foto: Diario La Verdad

 

Por: Andreína Mujica

 

El señor que ilustra el artículo es Héctor Mujica, mi padre. Escritor y periodista, fue un político que dedicó buena parte de su vida a la enseñanza, fundador de la Escuela de Periodismo de la UCV. Para mí fue siempre «el monstruo marino», ese es mi recuerdo más alegre, más padre, como dirían los mexicanos, y padre como digo yo en venezolano. Aceptó el reto de postularse a la Presidencia de la República en 1978, obviamente perdió. Rara avis, ante su derrota, en vez de decir “lo tuyo es una victoria de mierda” lo calificó de “pedagogía política”.

Muchos años antes….

De las torturas de las que fue víctima, mi padre dejó testimonio escrito y legal en un papel de pergamino. A los 12 años hurgué en su archivo naranja y metálico hasta dar con el documento en cuestión. Todavía resuenan sus palabras en fuertes tecleados de máquina Olympia : «Yo, Héctor Mujica, aquí dejo constancia de haber sido torturado, montado sobre un riel de zinc afilado, mis manos atadas durante horas, con la sola probabilidad de descansar las manos sangrantes, sintiendo mis muñecas desprenderse de sus brazos, los pies adoloridos sangraban al posarse y cortarse sobre el metal afilado, esto cuando despertaba de la electricidad en mis testículos, desnudo y humillado, no salió de mi boca nada que ayudase al esbirro en su sádica estructura, un testimonio que delatase a compañero alguno ». Palabras más, seguro está que no es exacto, cerré ese archivo aterrada y no dormí por días imaginando a mi padre sufrir semejantes agravios.

Sin embargo, leí la entrevista que éste le hiciera a su torturador una vez regresado a su país, al caer la dictadura. Héctor (mi padre) entrevistó a su esbirro, y demostró un talante de absoluta integridad, ser un periodista a carta cabal, un hombre de principios. Jamás vi odio ni en sus acciones ni en sus palabras, me educó con la nobleza del que supera el horror a través de construir y de perdonar. Sin olvido, con la proeza de un buen narrador, nos hizo creer en la bondad de lo que somos, seres transitorios que nos debemos a una sola integridad.

Tal vez por eso escribo estas líneas, intento comprender cómo alguien a quien le fue arrebatado su padre por la barbarie, decide, una vez llegado al poder, vengarse. No de sus verdugos, sino de sus descendientes. Incluso aquellos que sin tener conexión sanguínea, aún no han nacido. Se están vengando de niños, de ancianos, de seres que nada tuvieron que ver con el vil asesinato de su padre. Es el caso de la hija de Jorge Rodríguez, Delcy, el poder de la maldad ha sido televisado.

Chávez llegó a poner en duda el exterminio judío, Hugo Rafael, hizo más, inoculó en su séquito falsos argumentos que intentan legitimar el horror de la tortura, es este el «plan de la nación» en su más certera herencia. “La revolución es nuestra venganza por la muerte de nuestro padre y sus verdugos”.

El señor de 90 años que da sus últimos dos pasos ante su nieto y muere por hambre, el estudiante que como su padre lucha por la libertad y le explotan el pecho, la madre que ve morir a su hijo sin medicamentos básicos, es la esencia del socialismo de Maduro y de Chávez. Por ello, Delcy, orgullosa, dice públicamente, que esto es un acto de amor y venganza. Qué duro ha de ser, Delcy, creer que venganza es amor y que revolución es matanza, a ustedes les arrebataron injustamente el padre, y lo que es peor tampoco tuvieron madre.

En 20 años se han cobrado cientos de miles de vidas, han dejado huérfanos, madres sin hijos, familias separadas, casi 4 millones de exiliados, historias de vida inconclusas, recuerdos repartidos en el limbo infinito de la esperanza, cientos de miles de llamados a la sensatez, intentos fallidos de diálogo y negociación.

¿La ONU miente con su informe de violación de derechos humanos?
¿La comunidad internacional miente con todos los soportes que obligan a congelación de cuentas mil millonarios de los funcionarios del gobierno?
¿Las madres mienten al llorar a sus hijos muertos?
¿Los enfermos crónicos mienten al sentir que se las va la vida esperando medicamentos?
¿Los muchachos en prisión mienten al pedir no ser torturados y salir en libertad plena?
¿Los artistas, políticos, escritores, periodistas sin pasaporte, perseguidos más allá del dominio territorial, mienten al sentirse ultrajados en su derecho a tener un pasaporte del país donde nacieron?
¿La Unión Europea miente al insistir en que le sea permitido cumplir con la obligación de ayuda humanitaria?

El problema está en que las escenas de niños recién nacidos en cajas, cientos de enfermos gritando en plena calle, jóvenes ajusticiados por el ejercito bolivariano, mares de venezolanos cruzando las fronteras nada más con lo que llevan puesto, la ausencia de perros callejeros porque hoy mitigan el hambre de la gente en la urbe, todo este escenario dantesco que nos borra la dignidad, no miente.

Mi padre nos enseñó a no tener odio, a ser comunidad, pero fue mi madre quien me heredó lo mejor del ser humano: ponerse en los zapatos del otro. También lo hago con los hermanos Rodríguez y no deja de parecerme un tormento tener sobre sí el peso de las penurias que podrían sufrir los niños que aún no han nacido. Espero un día logren ustedes perdonarse.

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