Gotha o la profundización del ideal liberal – Jose Rafael Herrera

Publicado en El Nacional

Por: José Rafael Herrera

Las presuposiciones y los prejuicios, vengan de donde vengan, no son buenos consejeros. El tumor del conocimiento es el “caletre” o character como le decían los latinos: un concepto sin vida, al que se le ha extraído la fuerza vital de su historicidad, una forma vaciada de todo contenido, un texto sin contexto. La sociedad de la llamada “sabiduría popular”, cuya característica básica es el “conocimiento de oídas”, ese incuestionable “lo dijo mamá” que termina en el amén de lo dijeron en la tele nuestra de cada día, es el mayor enemigo de la inteligencia, sobre todo en momentos en los que se intentan comprender las razones de fondo que han conducido a un determinado país a la peor de sus crisis orgánicas, sustantivas, estructurales, más allá de toda carrerilla. Y es que no se puede superar lo que no se comprende. Pero, lejos de disiparse, el prejuicio ya no es solo de oídas, como en el pasado, sino que ha redoblado sus fuerzas y se ha incrementado con mayor énfasis al hacerse, además, conocimiento visual, tormenta de imágenes, a consecuencia de la gran revolución tecnológica. Nunca se imaginó el viejo Tomás, discípulo y apóstol de Cristo, que su “ver para creer” llegaría a convertirse en la síntesis perfecta de la doctrina que ha sustentado todo el desarrollo de la gran industria cultural de, por lo menos, los últimos cien años. Como se suele decir, una imagen vale más que mil palabras.

Lo cierto es que el prejuicio fija, pone, congela, esquematiza, en la misma medida en la que suspende la capacidad de juzgar, como llamaba Kant a esa característica esencial de la humanidad que es el pensamiento. De suerte que el pre-juzgar sustituye al juicio, a ese “mucho juicio” que los buenos padres acostumbran aconsejarle a sus hijos. Mucho juicio que es como decir ni más ni menos que: “Piensa bien antes de actuar”.

Gotha es la quinta ciudad alemana de Turingia, más o menos equidistante de Érfurt y Eisenach. No está muy lejos de Jena, el lugar de nacimiento de la Fenomenología del espíritu de Hegel. En Gotha, en 1875, se llevaron a cabo las negociaciones que dieron lugar al nacimiento del Partido Socialdemócrata Alemán. Negociaciones sustentadas sobre la base de un programa de “principios comunes” tanto a la Asociación General de Trabajadores como al Partido Socialista Obrero Alemán. “Principios comunes” que debían ser aprobados por el congreso ahí reunido para tales fines. Todo un “programa” o, más bien, todo un silabario, colmado de simplicidades, frases huecas, lugares comunes y consignas vacías, exaltantes de un obrerismo igualitarista, esculpido en el yeso de los prejuicios y las presuposiciones, que le han servido de premisa al estatismo “redentor”, populista e intervencionista. Casi de inmediato, fue objeto de un conjunto de observaciones que llevan por título: Glosas marginales al programa de Gotha, escritas por Karl Marx. Pero los organizadores del congreso –auténticos predecesores de la politiquería, la demagogia y la mediocridad que caracteriza a los llamados socialistas del siglo XXI– no solo no dieron a conocer dichas observaciones, sino que, además, las ocultaron y solo saldrían publicadas dieciséis años después, bajo el título de Crítica al programa de Gotha.

Por años, la versión oficial de la vulgata marxista ha hecho ver –¡y oír!– que el ensayo en cuestión contiene la diferencia esencial existente entre la concepción socialdemócrata y la concepción “marxista-leninista” de la sociedad. La socialdemocracia es “blanda”, una suerte de socialismo light, que se propone reivindicar, paño caliente en mano, a la clase trabajadora frente a los desalmados desmanes de los ricachones, que acostumbran aprovecharse de los buenos trabajadores y explotarlos. Por eso se empeña en crear un Estado libertario, de justicia social, en beneficio de los desposeídos y de los marginados. Es un tibio Robin Hood hecho Estado. Pero el comunismo no. El comunismo “marxista-leninista-maoísta” –¡pobre Marx!– va con todo: aplasta la propiedad privada, funda “la dictadura del proletariado”, expropia industrias, bancos, comercios; les quita a los ricos para darles a los pobres, hasta acabar con la riqueza. Controla la economía, la seguridad, la salud, los medios de comunicación y la educación, en nombre del “pueblo”. Lo vigila todo y se apropia de todo. De hecho, es el dueño absoluto de todo, el auténtico Leviatán, el Big brother. Una totalidad que carece de partes no solo no es una totalidad, es, de hecho, una parte que se autoproclama como “totalidad”. Y, en efecto, el totalitarismo no es una totalidad en sentido orgánico, sino, en todo caso, una autocracia.

Lo curioso es que, al leer en detalle el texto de Marx y compararlo con la actual situación de los regímenes totalitarios, se descubren cosas francamente sorprendentes, que hacen pensar que lo que el filósofo alemán concebía como “comunismo” es, en realidad, una efectiva radicalización del liberalismo en clave crítica e histórica. Y, en efecto, más allá de la propuesta de la creación de la famosa “dictadura del proletariado” –tomada de los afanes de la república romana por mantener el orden político y social, más que de los regímenes tiránicos o absolutistas–, el lector encontrará en las observaciones de Marx argumentos que dejarían pasmados a los gánsteres, choferes, sargentones o psiquiatras que lo han mantenido secuestrado durante todos estos años: “Eso de educación popular a cargo del Estado es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra cosa completamente distinta es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela de toda influencia por parte del gobierno y de la iglesia… es el Estado el que necesita recibir del pueblo una educación muy severa”. En una expresión, el Estado no está por encima de la sociedad civil, porque la sociedad civil es la causa y no el efecto del Estado. “A cada quien según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Los individuos no pueden ser aplastados por ninguna “maquinaria” que anula la diversa complejidad de la sociedad. Si hubiese conocido a los Castro o a Maduro, Marx se hubiese arqueado.

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