Publicado en El Nacional
Transporte y comunicaciones: la devastación chavista es el nombre de la obra que a finales de 2017 publicó Antonio Pasquali. Si se trata de presentarla, podría decirse que es el detalle exhaustivo de lo que todo venezolano padece a diario en lo que respecta a transporte, telecomunicaciones, medios radioeléctricos y comunicaciones impresas.
Cada día el ciudadano es víctima de un contexto físico más precario, que debería estar en función no solo de sus quehaceres, sino también de su libertad. Pero no ocurre así. En este ensayo, publicado por Libros el Nacional y Abediciones, Pasquali le pone números a lo que tanto se comenta y cuestiona en la cotidianidad.
Comienza, por ejemplo, desmintiendo a quien colocó en Wikipedia que Venezuela cuenta con las carreteras más grandes del mundo. “Países concercanos 30 millones de habitantes y tamaño algo similar, exhiben mejor kilometraje, como Malasia con 144.403 kilómetros, o Perú con 140.672. Además, somos, tal vez, campeones mundiales en falta de mantenimiento mundial”, escribe el autor al comparar los 96.155 kilómetros de vías en el país.
—¿Qué le motivó a escribir este libro?
—El deseo de dejar en herencia a las generaciones futuras una documentación de cuán perniciosa, estúpida y retrógrada puede ser una dictadura, máxime si es de origen cuartelero. Por inclinación personal he elegido la función transversal y sistémica de las comunicaciones en general, aquella en la cual invierte hoy la humanidad más de 13% de la riqueza que produce anualmente. Nuestros descendientes deben poder recordar, es un ejemplo apenas, que el 25 de marzo de 2009, en pleno boom de la electrónica, un coronel dictador prohibió a todo funcionario, mediante el decreto presidencial 6649, el uso de plataformas tecnológicas, Internet y teléfonos celulares por considerarlos “gastos suntuarios y superfluos”. Su inspirador era un ministro de una isla caribeña comunista que andaba diciendo que Internet era una invención diabólica del capitalismo para la destrucción de la humanidad. Pero mi motivo más profundo fue hacer una modesta contribución al rescate de la herencia civilista de los José María Vargas, Cecilio Acosta, Alberto Adriani o Mariano Picón Salas, en una Venezuela que padeció 26 presidentes militares.
—¿Se podría decir que es el primer ensayo que muestra tan minuciosamente cómo se ha venido a menos el país en los campos tratados en el libro?
—No sabría precisar con exactitud, pero diría que no; estas últimas dos dictaduras han tenido analistas de talla, y tengo entendido que mis dos editores, El Nacional y la UCAB, se proponen continuar con la serie de las devastaciones chavistas.
—¿Cuál es la razón de que todo esto haya empeorado?, ¿por qué sus responsables dejaron que ocurriera?
—Las razones, como siempre, son múltiples y complejas, pero diría que dos categorías sobresalen: la ignorancia y el populismo. Por insuficiente cacumen, el chavo-madurismo no solo terminó dejando el país sin correo, sin flota mercantil y petrolera, con 41 kilómetros de vías férreas en uso (iniciadas por la democracia) y un plan faraónico abandonado, con el tercer parque automotor más vetusto de la región, casi sin aviones nacionales y líneas internacionales, con la velocidad de Internet más baja del continente, sino que terminó –¡y se proclama socialista!– privatizando de facto y entregando a empresas foráneas la mayoría de los servicios que ya el país no presta. Vivimos de importaciones… pero todas en barcos extranjeros, vendemos petróleo en tanqueros arrendados, volamos hacia el mundo en aviones de otros países, enviamos los correos vía couriers internacionales. Su populismo, terrible plaga, acabó con Conviasa y demás líneas nacionales, con la telefonía renacionalizada y demás, a punta de tarifas populistas: hasta hace poco se cobraban 17.000 bolívares (0,07 dólares) por un vuelo de 1 hora a El Vigía, y la Cantv acumula millardos de deudas. En momentos en que el tomate cuesta 40.000 bolívares el kilo, el régimen vende un tanque de gasolina en 215 bolívares. ¿Qué país aguanta semejante imbecilidad?
—¿Hablamos de negligencia o simplemente formó parte de un plan de destrucción con determinados fines?
—Debe haber sido por una mezcla corrosiva de 40% de afinidad ideológica con el vendedor, sin importar la calidad del producto, y 60% de pura ignorancia científico-tecnológica, alimentada por quienes saquearon el país por decenas y centenares de millardos de dólares.
—¿A quién y cómo beneficia que seamos “parias de la humanidad”, como indica en el libro?
—A empresas internacionales y multinacionales prestatarias de los servicios que Venezuela ya es incapaz de brindar a sus ciudadanos. Chávez, con quien comenzó el país a endeudarse fuertemente, iba por el mundo comprando barcos iraníes y argentinos, computadoras y eólicas portuguesas, vehículos bielorrusos y chinos para fastidiar al imperio y crear sus nuevas alianzas. Una parte importante de lo que compró nunca llegó al país por falta de pago.
—En el libro hay también cierta crítica a las privatizaciones hechas en el pasado. ¿Cree que el Estado debe controlar las empresas de los sectores tratados en el libro?
—No soy alérgico a las privatizaciones, ellas son a veces beneficiosas (un caso llamativo es el de Techint-Sidor), pero en el ámbito tercermundista hay que tomar en cuenta dos condiciones: que cuando se trata de empresas de servicios, el Estado imponga al comprador privado un cahier de charge o pliego de obligaciones para que el servicio siga siendo prestado con criterios públicos y que la cesión se produzca, de ser posible, después de que el Estado haya universalizado dicho servicio, pues el privado tenderá a no hacerlo. La Cantv fue privatizada antes de que el Estado venezolano universalizara la telefonía: la tenía en 7,7 líneas x 100 habitantes, cuando nos tocaban 17 x 100; su universalización se redujo a una cláusula, incumplida, del contrato de cesión.
—Usted pide que no mitifiquemos los 40 años de la democracia y propone otra democracia más enérgica, con menos ladrones y más aristocracia del pensamiento. ¿Hay allí una reivindicación de las élites?
—No exactamente; lo que deseo, como muchos, es que el retorno a la democracia no sea una simple restauración de la pasada sino un salto importante a otra mejor, que castigue ejemplarmente a los malhechores, practique y premie la honestidad, genere mucho espíritu de servicio público y ejerza sistemáticamente la meritocracia confiando responsabilidades públicas a los mejores.
—En el libro habla de socialismo espurio. ¿Cree usted que el problema en el país es que el socialismo no se implementó de forma correcta?
—Creo, pero podría equivocarme, que convive en el chavo-madurismo un socialismo demagógico de pacotilla, ceresoliano-chavista, con un intento muy serio y peligroso, teleguiado desde Rusia, Cuba e Irán, de convertirnos en la cabecera de puente de una resurrección del comunismo en el subcontinente americano.
—¿Ha demostrado la experiencia chavista que el Estado todopoderoso no es eficiente?
—He vivido en países cuyos transportes y comunicaciones, aun cuando funcionaban como monopolios naturales gestionados por el Estado, eran eficientísimos, impecables y autosuficientes, pero se requieren mística de servicio público y funcionarios probos.
—Los datos parecieran indicar que aquellos países que han dado libertades económicas, libre mercado, son los que más han prosperado.
—Así es, basta repasar las grandes estadísticas mundiales sobre producción y distribución de la riqueza.
—¿Llegó a imaginar usted en algún momento que la debacle del país llegaría a estos niveles?
—No, creo que nadie ha podido imaginar eso.
—¿Ve perspectivas de futuro en Venezuela?
—Sí, desde luego, y vislumbro una recuperación del país sorprendentemente rápida, pese a la pérdida de un porcentaje relevante de los mejor preparados que en su mayoría no volverán al país.
—¿Cómo podría lograrse esa recuperación?
—Dejaría la pregunta a economistas y estrategas. Quienes manejamos ciencias sociales añadiríamos: una revolución educativa, inversiones cuantiosas en investigación y desarrollo, servicios radiotelevisivos públicos de altísima calidad y ejemplares que convivan armoniosamente con los privados y los comunitarios
—¿Qué opina de la actual televisión venezolana? ¿Extraña, por más cuestionable que pudo ser, la oferta del pasado?
—La labor hegemónica del chavismo obtuvo su gran victoria en el campo de la TV, a punta de emisoras clausuradas violentamente, amansadas, puestas en autocensura por un lado, y de decenas de nuevas manejadas por el régimen. La disidencia perdió casi en cien por ciento el uso de la televisión.
Radiotelevisión pública
Antonio Pasquali, nacido en 1929, es licenciado en Filosofía. Es autor de una docena de libros, uno de ellos, el más famoso, Comunicación y cultura de masas, publicado en 1962.
El autor afirma que la disidencia perdió el uso de la televisión. Ahora, en retrospectiva, ¿cómo evalúa y qué echa de menos de la televisión del pasado? “Soy de la época de programas como El bachiller y Bartolo, La bodega de la esquina, en la que las emisoras tenían orquestas propias; echo de menos el pasado remoto, cuando los medios privados invertían porcentualmente en producción propia muchísimo más que en las codiciosas épocas recientes. Creo en los efectos pedagógicos que tendría la presencia en el dial de una excelente radiotelevisión pública”, indica.