Publicado en ALnavío
Por: Pedro Benítez
Los últimos estudios de opinión pública que están circulando en Venezuela indican que en seis días la oposición venezolana podría propinarle al chavismo, pese a competir en condiciones muy adversas, la segunda gran derrota electoral en menos de dos años, en la elección de gobernadores de los 23 estados del país. O, lo que es lo mismo y como suele ocurrir en todas las elecciones, en todas partes, no es la oposición la que gana, sino el Gobierno el que pierde.
Este es el dato central. El próximo domingo 15 de octubre la principal variable electoral será el “voto castigo”. El sufragio como instrumento de protesta ante la situación económica.
La brutal crisis económica es el telón de fondo del conflicto político del cual el presidente Nicolás Maduro no ha logrado zafarse. A falta de datos oficiales por parte del Banco Central de Venezuela (BCV), estudios independientes indican que en los últimos dos meses (agosto y septiembre) la inflación mensual ha sido superior al 30%, con lo que la escalada de precios se está acelerando, agravando así la situación de una población ya muy castigada por el desplome de las condiciones materiales de vida.
El efecto político de la “victoria constituyente” del pasado 30 de julio no le duró mucho al gobierno de Maduro. La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) no ha redactado ni un solo borrador de artículo para una nueva Constitución, y tampoco ha logrado plantear alternativa alguna a la crisis del país, contrariando así la promesa oficial realizada a las propias bases. Por el contrario, la presencia de la ANC ha contribuido a agravar la situación económica.
Por otra parte, las evidencias indican que las tácticas electorales populistas, consustanciales al chavismo, no están funcionando. O al menos, no con la efectividad de antes. Con las altas tasas de inflación que padece Venezuela el populismo tiende a tener rendimientos decrecientes. De esto en América Latina hay varios antecedentes.
Conscientes de esta realidad los estrategas electorales chavistas concibieron una serie de trampas más o menos nuevas para intentar, por medio del Consejo Nacional Electoral (CNE), dividir el voto opositor y restarle fuerza, como por ejemplo al imposibilitar que los candidatos de la alianza opositora se postulasen en la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), tal como ocurrió en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015.
La continuación de esta operación consistió en impedir que los candidatos derrotados en las primarias opositoras para elegir los candidatos a gobernadores pudieran concretar la renuncia de sus respectivas postulaciones ante el CNE, para así sumar el respaldo de sus partidos al candidato unitario de la oposición. Esta es una obvia maniobra del ente electoral para anular la mayor cantidad de votos posibles de una candidatura opositora.
La otra táctica ha consistido en alentar la abstención en la base opositora intentando demostrar la inutilidad del voto. Uno de los objetivos para bloquear a la Asamblea Nacional (AN) ha sido ese. Pese a que dentro de la propia oposición surgió cierto movimiento a favor de esta opción, los estudios de opinión pública indican que no serán suficientes para alterar los resultados finales, por lo menos en los estados de mayor densidad poblacional.
El chavismo se niega a admitir su fracaso
Sin embargo, todo esto no ha podido encubrir lo evidente: la mayoría de los venezolanos rechazan el gobierno de Maduro, activa o pasivamente. Sólo esperan una oportunidad para manifestar ese rechazo. Esto es lo que el chavismo se niega a admitir y aquí está el centro del problema político del país.
La participación electoral opositora y la clara victoria en diciembre de 2015 echaron por los suelos la pretensión revolucionaria del chavismo de ser la encarnación de la voluntad del pueblo.
Esta campaña se ha caracterizado por la ausencia de la imagen presidencial dando apoyo a las candidaturas del partido de gobierno. Lejos quedan los días del boom de los precios del petróleo cuando una foto de Hugo Chávez levantándole la mano a un desconocido candidato chavista era suficiente para ganar una elección.
Según la encuestadora Datanálisis la valoración de Maduro ha oscilado entre 17% y 25% de aceptación. Su piso y su techo. Se supone que ese es el voto duro del chavismo, pero de allí no suma más por el denominado efecto submarino que provoca la imagen presidencial. Tal como ocurrió hace casi dos años, más que votar por programas, consignas, tradiciones políticas e ideológicas, o por personas, se va a votar a favor o en contra de Nicolás Maduro. Con él ha renacido en Venezuela la tradición del voto castigo.
No obstante, todavía es posible una maniobra adicional para intentar torcer la voluntad mayoritaria. Durante la era de dominio político absoluto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México se usaba la expresión “el carro completo”, para ilustrar la costumbre de esa organización política de atribuirse por las buenas o por las malas todos los cargos de elección popular en ese país.
En Venezuela, de cara a la elección del próximo domingo 15, no hay nada escrito; no es descartable un escenario en el cual el partido oficial se dé por ganador en un buen número de cargos a gobernador “por las malas”. En ese caso, o en lo que es más del estilo del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), es decir, desconocer las victorias opositoras a posteriori, un nuevo frente de conflicto político se le abrirá al país, ya no sólo por la Asamblea Nacional, sino por cada uno de los estados donde la oposición demuestre su mayoría electoral.