Publicado en Analítica
En cualquier sociedad estas son dos cualidades esenciales para poder convivir en un relativo estado de armonía y respeto mutuo.
En nuestro país, desgraciadamente, se han privilegiado la viveza y el oportunismo como mecanismos necesarios para ascender en la escala social.
Basta leer las aventuras de Tío Tigre y Tio Conejo, de Antonio Arraiz, para entender la tragicómica historia de las argucias con las que se resuelven los conflictos entre el Tío Tigre, ejemplarización del militar y Tío Conejo, del pueblo.
La cultura del diálogo constructivo, de la negociación como método de solución de conflictos, la asunción de responsabilidades por los errores cometidos y, sobre todo, la humildad y generosidad requerida para entender y aceptar al otro, no son características dominantes de nuestra sociedad.
Ahora que estamos viviendo tal vez una de las etapas más criticas de nuestra historia y en la que estamos al borde de lo que se ha denominado como un inevitable choque de trenes -aunque sería más exacto calificarlo como un diálogo de sordos al borde de un abismo-, luce imprescindible que se abran espacios para una verdadera y sincera negociación, en la que prevalezca no sólo una agenda predeterminada y el cumplimiento de algunas condiciones básicas como las que en su día propuso el Vaticano, sino que las partes que en ella participen se arropen con un manto de flexibilidad y tolerancia para generar una verdadera comunicación con el contrario, de manera de darle una salida viable y justa a un país que todos sentimos que estamos perdiendo.
No podemos abandonar la esperanza de que habrá una luz que alumbre el camino y que se llegue, por las razones que fueren, a una solución que permita iniciar el recorrido hacia la normalización y la unión de todos, con la finalidad de retomar la razón de ser de Venezuela, un país llamado a ser uno de los mejores del mundo.