He venido hablando del desarrollo de sucesos sin precedentes, que podían conducir a un fenómeno histórico que debe cambiar la historia de Venezuela. La mirada de las cosas que venían sucediendo, y una analogía con las que no habían ocurrido desde los orígenes del Estado nacional, conducían a una única conclusión: como sociedad, estamos en la ruta de hacer una historia que no habíamos hecho jamás; como cuerpo social, estrenamos una conducta capaz de conducirnos a la hazaña de hacer la libertad con nuestras manos desde perspectivas inéditas y hacia metas pendientes desde el pasado. No se trata ahora de restregarles en la cara el acierto del pronóstico, sino solo de que podamos valorar su trascendencia y evitar las trampas que los hombres nos ponemos para que los hechos dejen de funcionar según vienen funcionando.
Seguramente ya sabemos lo que hicimos el domingo pasado, pero se debe recalcar la excepcional cualidad de la obra compartida. La multitudinaria consulta popular no solo se divorcia de las costumbres pasadas de tibieza y cobardía, en relación con la manera de abordar los negocios del bien común, sino que también exhiben ante las sociedades extranjeras una forma de proceder que rara vez se presenta en la historia universal. Una resistencia disciplinada de siete millones y medio de ciudadanos no es un asunto cotidiano. Una reacción multitudinaria contra el mal gobierno, caracterizada por su naturaleza pacífica y por la prudencia de sus protagonistas, solo cabe en los límites de lo que parecía un proyecto fantástico que jamás sucedería. Una organización de la consulta que no admite reproches, ni siembra dudas sobre sus resultados, parecía una locura en nuestras manos, pero devino realidad indiscutible. ¿Se parecen estos episodios, siquiera un poco, a las obras de nuestros antepasados desde la fundación de la república? ¿Han pasado cosas semejantes en otras latitudes, desde la antigüedad y durante los tiempos modernos? No, desde luego. Un nuevo y vigoroso republicanismo le dio golpe certero a las formas agotadas de enfrentarse a la calamidad de un régimen desastroso. La sociedad sacó fuerzas de flaquezas para ser otra, ahora lúcida de veras y capaz de cumplir el desafío pendiente de la madurez gregaria y de la responsabilidad compartida. Pero esto no es retórica, sino simple comprobación de una realidad llevada a cabo por nosotros mismos. ¿No es realmente grandioso y, a la vez, difícil de medir sin caer en el terreno de la exageración?
Pero la hazaña debe enfrentar ahora dos retos esenciales: la conducta de los héroes de la jornada y la reacción del enemigo. En un santiamén podemos pasar de la madurez a la improvisación, de la prudencia a la distorsión de la obra realizada, de la inhabitual ponderación aepisodios desenfrenados y desconcertados que en el pasado solo produjeron frustraciones. La magnitud de la hazaña puede convidarnos a aventuras temerarias que conducirían a su distorsión, a la idea de que ahora toca empujar sin control hasta la liquidación de la dictadura porque en el primer capítulo sacamos la calificación máxima en materia de republicanismo. Conviene pensar en estos impulsos, antes de que pasemos del gozo al foso en cuestión de días. La dictadura no tiene la manera de pasar el trago, porque carece de herramientas para comprender la magnitud del fenómeno que se le enfrenta. Un discurso viejo que apenas es capaz de halagar a una clientela menguada, una petrificación de hechos e ideas que no tiene la capacidad de comprender la novedad que lo conmina, una decrepitud de siglos ante el huracán de una sociedad nueva y distinta, solo se puede proteger en el escudo de sus reacciones habituales: la ceguera y la violencia.
Sobre cómo puede la dictadura reaccionar no tenemos el remedio. Seguramente será como ha sido hasta la fecha, sin que podamos pensar en un cambio digno de atención. Sobre lo que hagamos como pueblo para sacarla definitivamente del juego solo nos queda calcular con propiedad la estatura de la consulta popular llevada a cabo hace poco. El tema no solo incumbe al pueblo llano, desde luego, sino especialmente a los líderes políticos, a aquellos que estuvieron en la vanguardia de la gesta. ¿Para qué? Para que nos proporcione más fuerza, pero también para que no nos vuelva locos.
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