Cuando faltan los votos – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Normalmente, cuando usted empieza a sentir que en los recorridos la gente del “pueblo” ya no luce tan entusiasta, que las consignas de los militantes profesionales de su partido no entusiasman la calle; cuando las viejitas salen corriendo despavoridas al menor intento suyo de abrazarlas y los niñitos lloran a moco destemplado si se les acerca para cargarlos. Cuando sus reuniones partidistas se llenan de espectros tristes revisando dónde están las puertas de salida; usted, avezado y convencido dirigente democrático, respetuoso de la alternancia, preocupado por el destino de su partido, empieza a rebobinar, a llamar a sus asesores para trazar nuevas estrategias, cambiar políticas y reconectarse con el sentimiento popular que una vez lo favoreció y quiere recuperar.

¡Pufff! Pero, para pensar y actuar de esa manera hay que ser, al menos, un convencido dirigente democrático, desprovisto de los resortes políticos que dejan años de contubernio con una de las más obsoletas y nocivas ideologías del planeta: el comunismo tropical.

Se requiere estar vacunado, sea por experiencia propia, o por amor al prójimo, contra las utopías redentoras que solo dejan a su paso destrucción y miseria –así es, adivinó usted querido lector– tal como una tormenta tropical vestida de verde oliva en el Caribe.

Convengamos, que… bueno…no se es un demócrata a carta cabal –con tantos jugos Tropimarx ingeridos, es mucho pedir– pero si se tuviese una pizca de responsabilidad, un mínimo de sentido de la historia –con minúscula, sin reflectores, por favor –, un poco de juicio para percatarse que el país está hecho jirones, que sus habitantes ya no aguantan más penurias y que la situación es altamente explosiva. ¿Qué haría usted? Medir sus palabras, pues un chasquido de lengua puede encender una pradera interna, sobre todo si se saliva gasolina.

Pero no, es parte esencial del remedo revolucionario caribeño hablar a nombre de la humanidad –sin pedirle permiso para usurpar su voz– y cuando esa humanidad quiera decir basta, cercenarle las cuerdas vocales para que no pueda ni siquiera murmurarlo. El caletre sale por los poros, suda la frente, perturba la vista, y no deja entrever sino la lección aprendida: me quieren pero están engañados por la derecha y el imperialismo, sólo yo sé lo que es bueno para ellos, el pueblo y yo somos uno solo. Si las piezas no encajan en el rompecabezas, les fracturamos la testa hasta que encajen, por su bien.

La amenaza según la cual “lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas” es terrible en su dimensión antidemocrática y en su evocación de la violencia como medio para solventar las diferencias políticas. (Es aún más chocante si quien la profiere ha invertido importantes recursos en el intento de ser reconocido como un primer mandatario democrático).

El mensaje huele a pólvora, a azufre, a división y más muerte. Cualquiera en su sano juicio lo hubiera evitado, o enterrado para sacarlo en una peor ocasión en otra vida. Pero no fue el caso, y seguro se estará pensando cómo repescarlo de entre la redes sociales.

Es tarde ya. Si algo nos ha enseñado la historia, es que cuando faltan los votos, no alcanzan los fusiles. Si no nos creen, pregúntenle a Pinochet.

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