Publicado en Alnavio
Cada día Cuba y Venezuela se parecen más, pero no por las razones que Fidel Castro y Hugo Chávez sostuvieron al inicio de sus respectivas carreras públicas. En los dos países se ha instaurado un capitalismo mafioso, compuesto fundamentalmente por jefes militares.
Al final de la Segunda Guerra Mundial la diplomacia británica llegó a una cínica conclusión sobre la dictadura filo-fascista que sobrevivía en España por esa época: a diferencia de Adolf Hitler y Benito Mussolini, Francisco Franco era una amenaza solo para los españoles. Por tanto, no valía la pena otra guerra para desalojarlo del poder.
Luego de 1991 las sucesivas administraciones de Estados Unidos llegaron exactamente a la misma cínica conclusión sobre la dictadura comunista en Cuba: sin el subsidio petrolero y sin las armas procedentes de la Unión Soviética, Fidel Castro era una amenaza solo para los cubanos. El embargo comercial estadounidense combinado con el desastre económico de la isla acabaría con el régimen castrista en cuestión de tiempo. Pero Castro, al igual que Franco, sobrevivió.
Y no solo eso, desde 1999, por un increíble golpe de buena suerte, Castro consiguió establecer una cabeza de puente en el continente por medio de Venezuela. Sin necesidad de organizar una invasión armada (cosa que intentó en 1967) el Gobierno cubano logró tejer una inmensa red de influencias en el Estado venezolano y de ahí restablecer su ascendiente en buena parte de Latinoamérica.
Subestimar e ignorar la verdadera naturaleza del régimen de los hermanos Castro ha sido el principal error de todos los gobiernos democráticos del continente. Hoy se paga ese “descuido”.
Sin disparar un tiro ni patrocinar a grupos guerrilleros, Cuba ha tenido en los últimos 15 años más influencia que nunca en Latinoamérica.
Por supuesto que el extendido sentimiento antiyanqui en Latinoamérica, que el ensayista venezolano Carlos Rangel describió en su clásico libro Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario (1976), y el vuelco electoral hacia la izquierda de la región en la primera década de este siglo, favorecieron al régimen castrista. No obstante, hay que reconocer la habilidad de Fidel y de Raúl Castro para sacarle el máximo provecho a cada circunstancia.
Cuba: de Chávez a Maduro
Las consecuencias más dramáticas de esa influencia cubana la estamos observando, precisamente, en el país donde la misma ha sido más determinante: Venezuela. El apoyo cubano fue fundamental en la consolidación del régimen de Hugo Chávez y en el ascenso de Nicolás Maduro.
La deriva hacia el autoritarismo con asesoría cubana que ha padecido el mayor exportador de petróleo de Suramérica se está repitiendo nuevamente en Nicaragua y no descartemos que luego en algún otro país de la región.
Cualquier fuerza externa a Venezuela que quiera influir por medio de la diplomacia en su dinámica interna, tiene que entender que todos los caminos que conducen hoy al despacho presidencial en Caracas, pasan primero por La Habana.
Así por ejemplo, la mayoría de los miembros del actual Alto Mando militar venezolano, que Maduro acaba de ascender, realizaron cursos de formación en Cuba durante la etapa del expresidente Chávez. Y no es casualidad que siguiendo el ejemplo de los cubanos, en Venezuela a los jefes militares se les premie su apoyo al régimen con mayores cuotas en el manejo de los recursos económicos del país.
El economista venezolano Emeterio Gómez recordó en alguna ocasión que todos los intentos por abolir el capitalismo han terminado siempre por instaurar el capitalismo primitivo. Eso es exactamente lo que hay en los dos países hoy.
Partiendo de situaciones distintas, Cuba y Venezuela se dirigen hoy hacia el mismo destino: regímenes controlados por élites militares que actuando como mafias, controlan y se benefician de los recursos de sus respectivos países, sin generar ningún tipo de valor agregado. Son las auténticas élites extractivas del siglo XXI.