Publicado en prodavinci
La sigla oculta al verdugo.
Esas letras, tan exactas como impersonales, pueden ser un espejismo. Pueden servir para que no veas el rostro del agresor, para que no sepas quién te roba, para que no conozcas el nombre de tu violador. La sigla oculta al verdugo y legitima su crimen.
El tránsito del poder se expresa en el lenguaje. El nombre del Presidente también se ha devaluado. El mismo se ha encargado de restarle valor a sus propias palabras. Nicolás Maduro pierde día a día su significado. Pierde el sentido pero también pierde la voz. Ya no suena como antes. Es un Presidente que se ha dedicado a ser cada vez menos. Ha renunciado a sí mismo, a su posibilidad de ser Nicolás Maduro. Ha ido relegando sus funciones, sus deberes. Primero en los militares, ahora en Tareck El Aissami. Su nombre no tiene la misma fuerza. Ya no asusta a nadie. Tampoco convence a nadie. Nicolás Maduro: dos palabras que parecen estar desvaneciéndose. Cada vez con más frecuencia, están asociadas a una praxis insólita, absurda. ¿Qué se puede pensar de un Presidente que se ocupa de un animar un programa musical por la radio, mientras su país padece la inflación más alta del planeta?
El nombre de Nicolás Maduro se ha gastado muy rápidamente. Ya ni siquiera funciona bien a la hora de denominar a un dictador. Es tan chambón que no calza demasiado bien con ese título. Ya se presta más al chiste que al miedo. La casta que nos gobierna parece haberse quedado, provisionalmente, sin un eje en el lenguaje, sin un nombre único, claro. ¿Quién manda? En realidad, no lo sabemos. ¿Quién nos somete? ¿Quién destruye a la democracia y despoja a los ciudadanos de cualquier experiencia de poder? Aparentemente, nadie. Solo una sigla. Te ese jota.
Letras que no dicen nada y que lo dicen todo. La sigla es supuestamente aséptica. Independiente, inmaculado, incuestionable. Actúa con la solemnidad del orden para destruir el orden. Su eficacia reside en la pureza de su violencia. Ni siquiera tiene rostro. Peor aún: es el rostro de la justicia. Esa es su máscara. Este martes 7 de febrero, en la apertura del año judicial, así habló la sigla: “La gestión judicial es una construcción colectiva en la que magistrados y jueces dan su aporte ordinario y extraordinario para lograr las metas y objetivos planteados con templanza y mística para servir de la mejor manera a nuestra nación”. Es una voz llena de palabras huecas. Ni siquiera hacen ruido. Es el vacío.
Y, sin embargo, durante todo el año 2016, el TSJ se dedicó a rechazar, cancelar, suspender o prohibir, la democracia, el ejercicio del poder decretado por el pueblo en las últimas elecciones. “En un año —según asegura el abogado Gustavo Linares Benzo— se anularon más leyes que en 200 años”. La sala Constitucional se ha transformado en una banda de sicarios judiciales. Reciben instrucciones del gobierno y ejecutan de inmediato acciones en contra de cualquier propuesta que no haya sido aprobada por la élite oficial. Hay que vencer el espejismo de las siglas para no olvidar a los verdugos. Detrás de la sigla hay funcionarios concretos, nombres que se están prestando para esta masacre. Los escribo: Gladys Gutiérrez, Arcadio de Jesús Delgado, Carmen Zuleta de Merchán, Juan José Mendoza, Calixto Ortega, Luis Damiani, Lourdes Benicia Suárez. Los leo. Los pronuncio. Los repito. No quiero olvidarlos. Hay otra historia distinta a la historia oficial, un relato que no es el relato de los poderosos. Hay también una historia ciudadana, popular, que se tiene que seguir contando, que no puede olvidar a los infames y traidores de este tiempo.
El periodista Eugenio Martínez, especialista de alto calibre en la investigación y análisis del sistema y de los procesos electorales en el país, explica la compleja y perversa relación de sentencias y acciones entre el TSJ y el CNE para ir minando la alternativa de electoral y la existencia de los partidos políticos en el país. Es la danza macabra de las siglas. La tiranía institucional que permite un control del poder aun sin liderazgo. Chávez vive, la mafia sigue.
La naturaleza institucional de la dictadura tiene que estar, de entrada, en cualquier escenario de negociación. El punto de partida está corrompido. La sigla no es legítima. La sigla es la expresión más clara de la violencia de los privilegiados en contra de la mayoría de los venezolanos. Si no hay un nuevo Tribunal Supremo de Justicia, no hay diálogo posible. No hay futuro. No hay paí