Publicado en El Estímulo
Por: Gustavo Luis Velasquez
Hace poco se cumplieron 59 años del 23 de enero de 1958, un evento histórico que puso fin a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y abrió a un pueblo de convicciones libertarias, la posibilidad de vivir en país democrático y de gobiernos civiles durante 40 años. Para las nuevas generaciones, el 23 de enero, es una fecha lejana y sin significado, tal vez sepan que cayó un dictador, pero no entienden la dimensión de la transformación social, política y económica que significó para los venezolanos, especialmente para la gente de menores recursos y las clases medias.
os científicos políticos e historiadores, coinciden en afirmar que las fechas que marcan determinados hitos históricos no son sino el producto de un proceso de transformación que culminan en algún evento significativo de ruptura política o social.
El caso del 23 de enero del 58 es muestra de ello: esta fecha como símbolo del reinicio de la era democrática en Venezuela tiene su origen en los acontecimientos que se suscitaron a partir del 18 de Octubre de 1945, cuando luego del derrocamiento del general Isaías Medina Angarita, se instala una Junta Cívico Militar, evidentemente con intereses contrapuestos entre sus integrantes civiles y militares. Tal vez el único elemento que los unía era el deseo de cambio del régimen gomecista.
No pasó mucho tiempo, antes de que el grupo de jóvenes militares que dio el golpe de Estado mostrara sus verdaderas intenciones, nada más y nada menos que derrocaron a Rómulo Gallegos, primer presidente electo por el voto popular de los venezolanos.
La concepción de este grupo de golpistas nunca fue democrática. No lo fue el 18 de Octubre de 1945, y no lo fue durante los siguientes trece años. Fueron personas formadas en la tradición y el ideal militarista, concepción que considera que la sociedad debe estar sometida a los designios de los militares, como una orden social superior. Al final, no son sino un partido político armado, “el partido militar”. El golpe del 45 y del 48, fue el producto de un pacto entre las generaciones militares medias que simplemente quería sustituir en el poder al viejo gomecismo.
Venezuela había pasado de una dictadura militar regionalista y arcaica, a una dictadura militar que con el paso de los años y vista en retrospectiva, algunos consideraron de tipo desarrollista.
Sin embargo el breve período democrático que se vivió entre 1945 y 1948, fue semilla fértil en el imaginario y la convicción democrática de los venezolanos. Haber abierto el espacio al libre debate político y electoral, el haber expuesto a los venezolanos al influjo de las diversas tesis políticas que presentaban los nuevos partidos políticos, desató una dinámica social y política, que sin duda transformó la sociedad, inclusive a las misma fuerzas armadas.
La preponderancia civil, y los planes de transformación social y política de Rómulo Betancourt y de Acción Democrática, entre 1945 y 1948, no estaban en los planes de los militares golpistas. Estos últimos, seguramente pensaban que los civiles se ocuparían de lo administrativo y ellos del poder. El hecho cierto es que el conflicto político entre los partidos de la época, la carencia de un pacto de gobernabilidad entre ellos, y unas fuerzas armadas ansiosas de tomar el poder nuevamente dieron al traste con el primer experimento popular democrático de Venezuela.
Diez años de persecución, cárcel y exilio, convencieron a los líderes de los partidos que era indispensable un pacto político para rescatar la democracia, y posteriormente un pacto de gobernabilidad para preservarla. Por otra parte, las nuevas generaciones militares que se formaron a partir de 1948, testigos de la transformación política que se daba en Venezuela y de lo que significaba un régimen que coartaba las libertades ciudadanas, y que su función profesional no era gobernar, sino preservar la libertad y la soberanía nacional, contribuyeron a poner fin a esa dictadura militar.
Queremos destacar que hasta tanto los principales actores políticos no se percataron que con la dictadura no se podía negociar ni convivir, con la esperanza de alcanzar la democracia, no se generaron los factores políticos y sociales que desencadenaron el derrumbe del régimen militar.
Jóvito Villalba intentó infructuosamente los canales electorales, dando el beneficio de la duda a los dictadores, y si bien contribuyó a desenmascarar al dictadura, terminó en el exilio. Rafael Caldera y Copei, igualmente procuraron subsistir “institucionalmente” en el régimen, hasta que igualmente salió expulsado del país. Lo que parecía un gobierno consolidado y con aceptación ciudadana, se derrumbó tan pronto los factores sociales se percataron de la decisión de los líderes políticos de enfrentar unidos a la dictadura, inclusive desde la mismas fuerzas armadas. La iglesia se pronunció, los sindicatos se movilizaron, los estudiantes salieron a las calles y el régimen cayó.
Un pacto entre el liderazgo político, el militar, el sindical y el productivo, permitió asegurar las elecciones de diciembre de 1958; la base del pacto estuvo alrededor de un ideario común: restablecer un régimen de libertades ciudadanas que impulsara el desarrollo social y económico, respetar la institucionalidad militar, obligarse a defender el régimen y lograr la gobernabilidad del país, no solo asediado por los problemas sociales y económicos, sino por la permanente tentación totalitaria de militares y comunistas.
Las construcción de pactos, especialmente políticos, requiere de una unidad de propósito muy clara, donde no caben los ambages y donde obligatoriamente se asumen riesgos. El 23 de Enero es el símbolo de un proceso de cambio, y de la entrada de Venezuela a una nueva era. En la sociedad, los cambios no cesan, el liderazgo debe conducirlos y esto implica asumir riesgos; hoy pareciera que es indispensable un nuevo pacto político y social, para que Venezuela comience una nueva etapa democrática de su historia.