23 de enero de 2017

Cincuenta y nueve años atrás el pueblo venezolano salió a las calles, eufórico, triunfante, exultante. Había caído la dictadura. La acción fue una combinación de los movimientos llevados adelante por partidos políticos, instituciones académicas, organizaciones empresariales, sindicales, gremios y también, por supuesto, la presencia militar. Así fue como en la famosa Vaca Sagrada, el avión presidencial, en plena madrugada y con gruesas pacas de los dólares que había robado, el dictador huyó del país.

Pertenezco a una generación que se cría a partir de ese 23 de enero de 1958. Se nos dijo hasta el cansancio que esa era la última dictadura que padecía Venezuela, y que partir de entonces solo viviríamos en democracia, siempre. Pasó mi generación y vinieron dos más, y hoy eso de la última dictadura se pone en duda con cada nuevo amanecer. Cincuenta y nueve años después, la democracia está cada día más complicada, rota, deshauciada.

Ya no se trata de la dictadura convencional, ortodoxa, donde un gorila militar, rodeado de una camarilla también mlitar, impone su voluntad a sangre y fuego. Ahora hay dictaduras con trajes novedosos, vestidas inclusive de democracia, con gobernantes civiles, pero sin que falte la imprescindible camarilla siniestra. Dictaduras post modernas, las ha definido una eminente historiadora; pero dictaduras al fin.

Tres generaciones después del 58, la democracia venezolana vuelve a ser pisoteada, violada y destrozada por un puñado de sátrapas. El país, bajo sus botas, es un océano de añicos. En 1958 habia un país inmenso, entero; cincuenta y nueve años después hay que poner en duda, inclusive, su existencia, porque lo han ido desgarrando, asesinando sin pausa ni piedad a lo largo de los últimos lustros.

Hoy 23 de enero de 2017 la gente sale de nuevo a la calle, pero a diferencia de la multitud del 58, la de ahora no luce eufórica y mucho menos triunfante: a sus espaldas lleva el fardo de muchas e imperdonables derrotas. Pero igual sale (porque no le queda otra hasta que una dirigencia más acertiva no disponga de mejores estrategias), y lo hace para exigir lo más elemental de una democracia: elecciones. Hasta allí hemos caído. Los manifestantes piensan llegar hasta la sede del Consejo Nacional Electoral. Y como si fuese ya una especie de letanía, volvemos a preguntarnos lo de costumbre en tiempos tan arbitrarios y tiránicos como estos: ¿lo lograrán?, ¿los dejarán pasar?, ¿habrá violencia?, ¿qué irá a pasar con ellos? Y mientras por un lado salen los opositores, por el otro, para variar, salen los convocados (u obligados) por el régimen: atravesarán la ciudad con la excusa de llevar a un antiguo guerrillero hasta el Panteón Nacional. De nuevo dos marchas en las calles de Caracas. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si estuviéramos todavía en el primer día de esta absurda e inútil revolución. Como si de verdad nos hubiésemos quedado atascados en el engranaje de una maquinaria obsoleta, donde ya las tuercas perdieron su agarre y nada se aprieta y nada sirve y nada concluye.

Por ello, ya que este es nuestro primer programa del 2017, hemos pensado y decidido todos los del equipo, que vamos a poner el acento, de ahora en adelante, ya no tanto en el dirigente político o el analista que opina esto o lo otro. De ahora en adelante vamos a poner el acento en usted. En ese ciudadano que a pesar de todas las dificultades sigue aquí. Sigue, como se dice coloquialmente, echándole una gandola por delante para que los niños puedan ir de nuevo a la escuela, para que vayan con su franelita los más lavada posible, para que, a pesar de las carencias, haya algo en la lonchera. Para que la esperanza no se pierda.

Hay un país que, al margen de esa dirigencia sin duda miserable que la ha traído hasta estos abismos, sigue dignamente levantándose cada día. Venezolanos incansables que luchan por hacer algo bueno con sus vidas, con su futuro, con sus familias y, por ende, con este resto de país que nos va quedando.

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