El sueño americano – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

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The times they are A-changing
Bob Dylan

En 1964 el hoy Premio Nobel de Literatura –a pesar de sí mismo– vaticinó que un torbellino de cambio arrasaría con todo lo establecido en los EEUU y que mejor era nadar o se hundirían todos como una roca. La advertencia estaba dirigida a los escritores y críticos que profetizaban con sus plumas, a los senadores y congresistas que obstruían el cambio desde sus curules, a los padres que habían perdido la autoridad sobre sus hijos pues su mundo envejecía velozmente. Tenía razón el cantautor, se avecinaba una transformación cultural portentosa, una irrupción de nuevos valores que impactó al llamado “mundo occidental” y lo cambió para siempre.

Woodstock, los hippies, las Panteras Negras, la invasión del rock inglés con los Beatles a la cabeza, las drogas, la guerra de Vietnam y las grandes manifestaciones estudiantiles en su contra, modificaron la imagen idílica de un país donde los jóvenes sorbían Coca-Cola, calzaban mocasines y medias blancas y se emborrachaban con cerveza.

Con el tiempo, la rebeldía entró a formar parte del mainstream, se hizo convencional, se incorporó a la cultura popular, adornó las vitrinas de las grandes avenidas comerciales y se hizo tan chic como poseer una pintura del eterno inconforme Andy Warhol. La rebelión había sido domesticada por el glamour.

La America profunda y no tan profunda votó por Donald Trump. Ya se ha dicho, y se dirá hasta la nausea, que hay un rechazo a las élites, a los políticos de Washington D.C., a los banqueros de Wall Street; que hay miedo a los cambios culturales, a la presencia activa de las minorías de todo signo, al destape que todo lo desviste para terror de las almas conservadoras. No es un fenómeno circunscrito a los Estados Unidos de América, el continente europeo ha visto subir y bajar las olas del extremismo conservador, de xenofobia y nacionalismos enfermizos y sin embargo ha resistido. El Brexit –una expresión sofisticada de nacionalismo- no hace más que dar tumbos sin nadie que asuma plenamente sus consecuencias.

Una vez recuperados del susto, habrá que ver si la larga lista de exabruptos anunciados por Donald Trump se materializan en leyes concretas o en iniciativas viables. Los padres fundadores establecieron un sistema de contrapesos institucionales precisamente para evitar que un individuo se hiciese de un poder absoluto o desproporcionado. Cuando el segundo presidente de la joven república americana, John Adams, quiso fortalecer el papel de la presidencia, se encontró con la fuerte oposición de Thomas Jefferson y otros influyentes personajes del momento que temían la emergencia de un monarca republicano.

Uno podría pensar –quizás ingenuamente– que el ADN de la política norteamericana rechazaría cualquier intento de vulneración de la institucionalidad democrática. La imagen de Nixon despidiéndose al pie de un helicóptero en los jardines de la Casa Blanca, luego de verse obligado a renunciar, tiene ya 40 años de elocuencia.

En todo caso, el vitral del sueño americano acaba de recibir una virulenta pedrada.

@jeanmaninat

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