La semana pasada el gobierno detonó las posibilidades de que los venezolanos ejercieran democráticamente su derecho a revocar al presidente Nicolás Maduro. La oposición había sorteado todos los obstáculos sembrados por el Consejo Electoral Nacional (CNE) y se aprestaba a recoger las firmas del 20% del padrón electoral los días 26, 27 y 28 de octubre y realizar una mega jornada de rechazo a quienes gobiernan y de afirmación de la condición constitucional, democrática y pacífica de la lucha por recuperar la democracia en Venezuela. Los estrategas del círculo íntimo que gobierna se equivocaron –probablemente adrede– al escoger la peor de las opciones: negar la realidad e impedirle a los venezolanos ejercer un derecho constitucional.
Como si faltaran pruebas de su desapego por la institucionalidad democrática, de su irrespeto por el espíritu de convivencia republicano, la nomenclatura gobernante decidió cortar por lo insano y llevar a la sociedad hacia una confrontación de alto voltaje. El guión es de vieja factura, en su momento el Partido Nacional Socialista bajo órdenes de su führer, Adolf Hitler, planificó y ejecutó el incendio del parlamento alemán, culpó los comunistas –sus enemigos nacidos de un mismo vientre– y de paso aniquiló a toda la oposición democrática.
La confrontación violenta, la destrucción del contendor, es un componente vital de los grupos políticos de inspiración totalitaria. Por eso cultivan sus grupos de choque, arman sus milicias, instigan con discursos incendiarios al aporreo físico de quien lo adversa pacíficamente. La democracia, para ellos, es un circo donde soltar a sus fieras cuando los resultados le son adversos. Para los demócratas es el espacio vital para ejercer su derecho a la desavenencia, para aprender a ser mejores servidores públicos en el gobierno y en la oposición. Allí reside su fuerza.
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha sabido llevar con pulso, tesón y entereza una difícil contienda frente a un grupo humano dispuesto a todo para mantenerse en el poder. Los avances logrados se le deben a ella y el que haya mantenido la unidad –a pesar de algunos inquilinos de conveniencia– le ha dado la fuerza para lograr los grandes y nada desdeñables avances que se han logrado en la recuperación democrática de Venezuela.
El manejo del diálogo como opción política no ha sido exactamente el flanco fuerte de la MUD. El último episodio con el enviado del Vaticano deja mucho que desear y mostró una falta de pericia injustificada a estas alturas del partido. (Y por cierto, el intento de linchamiento moral que hizo la turbamulta radical tuitera con su secretario ejecutivo Jesús, Chúo, Torrealba ha sido una canallada). La exigencia de un diálogo no va a desaparecer, la presión internacional será cada día mayor y variada, así que mejor sería si se acorrala una posición común y definitiva para evitar posteriores desaguisados.
Los días que vienen serán cruciales, la demostración de fuerza dada el miércoles pasado en la autopista Francisco Fajardo, y en todo el país, es una prueba contundente de la fuerza que se ha venido acumulando a favor del cambio. Estamos seguros que los dirigentes opositores reunidos en la MUD sabrán administrarla con inteligencia.
En ellos seguimos confiando desde la base.