Por: Fernando Rodriguez
Miércoles tarde. A muchos de los que me rodean, y a mí mismo, acostumbrados a hablar de política con cierta asertividad hasta no hace mucho, nos ha dado por manifestar incertidumbre o desconcierto ante lo que sucede en Venezuela. Pero sí me atrevería a hablar de la naturaleza del enredo, breve y concisamente para no enredar más. Yo pienso que tiene que ver con el “diálogo” que hace que los delitos y desvaríos del gobierno, algunos nunca vistos, de fin de mundo, de repente se mezclen con llamados al diálogo y la reconciliación hechos desde lugares lejanos o cercanos del planeta, algunos muy poderosos, o por el cardenal Porras, o por el propio Maduro o por alguna alma generosa de la oposición. ¿En qué quedamos entonces, o nos matamos o hacemos las paces o algo parecido? Dicho en otros términos, ¿qué diablos vino a hacer Zapatero en este momento crucial de la batalla? Porque algo está haciendo, además de sonreírle a Maduro. Digamos que hay una disonancia entre lo visible y lo invisible que entorpece notablemente el analizar con alguna diafanidad, así de simple.
Pero hay otro elemento discernible. Después de la demoledora estocada del 6-D y el susto del 1-S, el gobierno ha terminado por perder las últimas formas de cordura y la migas de capacidad de razonar que alguna vez tuvo. Aclaro, este gobierno ha sido siempre un dechado de incoherencias e ignorancias, Chávez a la cabeza, pero ahora ha caído en una especie de desvarío sin límites producto de la soberbia maltrecha y el miedo a desaparecer.
Hemos señalado en esta columna muchos actos de ese estado de barbarie. Limitémonos ahora a ejemplos dispares pero no menos significativos. A la bestia asambleística que calumnió a Porras, y de paso al papa y a Jehová, dueños de la empresa, y trató de dañar físicamente a algunos “colegas”. Lo cual lo condena irremisiblemente al fuego eterno y, ojalá un día sea, a la justicia terrenal. O la sentencia de la Sala Electoral del Tribunal Supremo sobre el carácter regional del 20% que es un paquete de sofismas y disparates, de atentados contra el “buen sentido”, que hacen un dechado de ironía aquello de Descartes de que este es “la cosa mejor repartida del mundo”. Semejante atentado contra la lógica es prueba fehaciente de ello y, por ende, no puede ser replicado ni debatido, no se puede polemizar con un rebuzno. A lo mejor repudiarla con todo y jumento. De manera que quienes pretenden encontrar alguna direccionalidad a lo que nos acontece deben partir de que vivimos en el reino del absurdo y de que su afán de racionalizar es a contrapelo.
Si juntamos esas dos cosas: que buena parte de lo que sucede es invisible y que lo que se ve es un atajo de disfuncionalidades producto del miedo y el desespero de un animal herido de muerte y que no puede movilizar sino sus maleantes y cipayos para alargar su agonía, pues, no debemos avergonzarnos de nuestro desenfoque.
Por último ese mismo Descartes, señor de la razón, decía muy pragmáticamente que cuando nos perdiésemos en un bosque la mejor solución para salir de él era caminar en línea recta para llegar a algún confín. Y nosotros optamos por una vereda democrática para sacudirnos de las míseras garras del despotismo.
Viernes, madrugada. Estoy modificando apresuradamente el final de este artículo borrando un llamado a vencer en esa jornada contra este gobierno infame, después de enterarme de la más increíble de las maniobras de sus rufianes, la postergación del revocatorio por el CNE, en combinación con unos juececillos tarifados como última y desesperada maniobra para evitar la derrota insoportable. El CNE negándose a sí mismo que había avalado ese procedimiento del 1% y, para colmo, llamando al diálogo nacional para lo cual ofrecen sus servicios. No sé siquiera la reacción de la MUD ante este abismo, pero no puede ser otra que decretarse en lucha contra la dictadura con las idóneas maneras que estas se combaten.