El nombre no dice, pero ayuda – Raul Fuentes

Por: Raúl Fuentes

Hay quienes opinan de modo categórico que el nombre contribuye aUATZ4m1t_400x400 moldear el comportamiento del individuo y a forjar su carácter, tanto como el medio físico o el entorno social. Se trata de una tesis sin mucho asidero científico que digamos; sin embargo, por no creer en brujas aunque de volar vuelen, debemos admitir que el nombre si no dice mucho de una persona, sí lo hace de las aficiones y expectativas de sus padres y hasta de la época en que éstos la engendraron. Así, nos es dado sostener que Marisela o Vladimir son nombres que sugieren pertenencia a familias adecas o comunistas. Validos de esta suerte de antroponimia determinista, buena para cotorreos tabernarios, podremos regocijarnos con la anécdota que inspira estas líneas y que, en una barra del este republicano, nos contó Adriano González León.

Refería el desaparecido escritor trujillano que, cuando trabajaba en el Papel Literario, sometió a consideración de su director, nada menos que Mariano Picón Salas, la publicación de unos versos rubricados por un tal Narciso Negro. La petición le fue negada con el alegato de que semejante nombre era “de perfume o de marico”, homofóbico argumento que sorprende en boca del ilustre ensayista merideño –quizás no había visto a Deborah Kerr en la película homónima de Michael Powell (Black Narcissus, 1946)–, pero qué se la va a ser, era humano, acaso demasiado y, por lo demás, en todas partes se cuecen habas. Chávez también era humano, pero ignaro, y no conseguía separar el grano de la paja; por eso se empepó con Lucas Estrella, karateka, acupunturista y repetidor de aforismos asiáticos, cuyo libro,El oráculo del guerrero, lo atiborró de mojones pleonásticos y peludos que recitaba con grandilocuencia encadenada hasta que Boris Izaguirre le abrió los ojos, señalando el plumero que a su paso dejaba el argentino de cabaretero nombre.

Estrella es un registro más en el repertorio de nefastos influjos que contribuyeron con la indigestión ideológica del paracaidista redentor. Allí figuran, en lugares prominentes, el antisemita y neofascista rioplatense Norberto Ceresole y el oportunista franco gallego Ignacio Ramonet. Sobre sus apelativos no haré conjeturas, pues, la onomástica es disciplina que desconozco, aunque averigüé que Norberto, nombre de origen germánico, alude a la “luz que llega del norte”, ¡vaya paradoja!, e Ignacio, que es latino de raíces, nos remite al fuego, a la llama que, encendida con dólares, cocina, aliñada de falsificaciones, la información y línea editorial de Le Monde diplomatique. De las garras de Ceresole –que se había peleado con J. V. Rangel– libró Fidel al eterno; de las de Ramonet no pudo y, más bien, quedó atrapado en ellas durante 100 horas de conversación. Marta Harnecker, Heinz Dietrich, István Mészáros, Juan Carlos Monedero, Alan Woods y un largo, farandulero y cosmopolita etcétera (que reclamaría palabras y tinta en demasía) conformaron una variopinta legión de sablistas diplomados –a cada rato sale un bolsa a la calle y tras él un previsible montón de rufianes– que se precipitó sobre un pastel que los precios del crudo hacían más que apetitoso.

La fiesta, a pesar del bajón en los ingresos, no concluyó con Maduro; al contrario, se volvió a prender con el entusiasmo injerencista de Alfredo Serrano Mancilla, a quien el muñecón rojo llamó “Jesucristo de la economía”, y Manuel Cerezal Callizo, gárrulos españoles vinculados a Podemos que están detrás de los “soviet alimentarios” conocidos como Comités Locales de Abastecimiento y Producción. El show, ¡claro!, debe continuar con miras a esquivar el referéndum; para ello, nada como una ficción de diálogo y encargar de su mise-en-scène al métome-en-todo con cara de yo no fui que mientan Zapatero a secas, simplificación sustantiva que nos remite a la citada antroponimia determinista de botiquín.

Quienes mueven los títeres de este retablo de desilusiones que es el país actual malversan tiempo persistiendo es sus meteduras de pata hasta la puntera y el tacón. Dándole largas al revocatorio, procuran el naufragio definitivo de una nave que perdió el rumbo hace 18 años; a tal fin, traspasan el timón al “Maquiavelo de León”. Así llamó el periodista José García Abad a este oportunista promotor de enredos que, por arte de birlibirloque, despachó alguna vez desde La Moncloa, en semblanza que recoge, entre otras, la opinión del ex alcalde Tito Melcón, su correligionario: “Ni una mala palabra ni una buena acción”; dictamen del cual “devotos y detractores admitirán que al menos la mitad es cierta: de su boca no ha salido una mala palabra”. Y engalana García su bosquejo con feroz pincelada endilgada a Pujol: “Ha engañado primero a media humanidad, después a la otra media y finalmente a toda la humanidad”. ¡Menudo Zapatero nos quieren calzar! Y por ahí viene un garzón, no precisamente soldado.

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