Un gobernante decente…

“Es una humillación para los venezolanos”, cita textual que leo en el diario La Verdad, en Maracaibo. Corresponde a Consuelo Chávez, maestra jubilada que fue una de las 35 mil personas que ayer cruzó la frontera para abastecerse en Cúcuta. La maestra lamenta que haya que ir hasta otro país para poder adquirir lo que no se puede comprar en Venezuela. Relató que la mayoría vino cargada con alimentos, arroz, azúcar, aceite y papel sanitario. La educadora contó que, además, compró repuestos para su carro. “Yo fui directo a una venta de repuestos, compré la correa del tiempo y la bomba de la gasolina en 88 mil bolívares y aquí en Venezuela, donde por fin la ubiqué, me la estaban vendiendo, solo la cadena, en 95 mil”. Porque el detalle está no solo en que del otro lado de la frontera se se consigue de todo, sino que se consigue más barato. Panorama, también en Maracaibo, lo reseña: “Los comercios mostraron sus artículos en pesos y en bolívares, más bajos que el bachaqueo criollo”.

Ayer las primeras reacciones en las redes sociales hablaban de algo parecido a la caída del muro de Berlín. Referían una euforia semejante a la que se vivió cuando, derribado el muro, por fin los alemanes del oriente pudieron pasar al territorio libre del occidente donde, literalmente, consiguieron de todo en todo tipo de tiendas. Y también leí de otras comparaciones. En el twitter alguien afirmaba que, afortunadamente, no somos una isla como Cuba y que sí podemos cruzar una frontera para abastecernos más allá. Es sólo un río no un mar infestado de tiburones.

Pero lo que no deja de ser humillante, como bien dice la maestra Consuelo Chávez, es que tengamos que ir a otro país para conseguir lo antes en el nuestro era abundante. La mejor muestra del fracaso absoluto que representan los planes económicos del gobierno de Nicolás Maduro está en esa experiencia vivida ayer en la frontera. Se cruza un río, se cruza un puente y al otro lado ya está la maravilla. De todo, medicinas, pañales, harina… Todo.

¿Qué clase de maldición ha ocurrido para que, en esta ribera del Arauca vibrador –que antes siempre cantábamos tan henchidos de orgullo y emoción- ahora no haya nada? ¿Por qué del otro lado de la frontera sí y de este lado no? ¿Por qué si somos tan iguales, tan la misma gente, tan la misma geografía y la misma historia? ¿Qué hicieron ellos que nosotros no hicimos? O al revés: ¿qué hicimos, en dónde, cómo y por qué metimos la pata tan torpe y ominosamente?

Las autoridades colombianas fueron comprensivas. Ya lo había advertido la Canciller Mariángela Holguín: “Queremos ser solidarios con los venezolanos”. Y las autoridades colombianas no pidieron nada. Nada, ningún documento. Pasen, pasen. Sabemos que están en un trance terrible; sabemos que no tienen qué comer ni con qué curarse. Pasen que aquí hay de todo.

Las gráficas dan pena porque son ríos, ríos de gente cruzando los puentes. Y dan pena esas fotos porque la gente se ve feliz. Contentos porque el alivio a las carencias y penurias, al menos de manera temporal, lo tienen cerca, al finalizar el puente. Es una pena que usted tenga que contentarse porque le abrieron la frontera. Como si en realidad le hubiesen abierto la puerta de una cárcel -por un día- para que respirase un aire distinto, limpio y libre. Ahora si somos un pueblo de cuarta categoría. Ahora sí somos, de verdad, un pueblo que no está en nada. Nos abren una puertita en la frontera, un “corredor humanitario”, un mero gesto de solidaridad y buena voluntad, y ya gritamos eufóricos -¡aleluya!- porque por fin tenemos acceso a lo más primario y elemental, lo que aquí, en nuestro país, ya no tenemos.

Por mucho menos un gobernante decente renunciaría. Por mucho menos un gobernante decente pediría perdón. Claro, un gobernante decente…

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