Para intentar un análisis diverso de la situación de Venezuela me he atrevido a hablar de las conductas inéditas del pueblo. No estamos ante el pueblo de antes, me he aventurado a afirmar, sino frente a un conglomerado que se expresa a través de manifestaciones debido a las cuales se puede pensar en la posibilidad de cambios significativos en la historia. La sociedad ha asimilado en el fondo de su sensibilidad las lecciones del pasado reciente, he afirmado por allí, hasta el punto de conducirse como jamás lo había hecho.
Hay que hilvanar adecuadamente las ideas para llegar a semejante conclusión. Ahora apenas se sueltan algunas impresiones que deben pasar mayor tiempo en el horno. Así, por ejemplo, la sorpresa que significó para los líderes de la MUD el respaldo que obtuvieron en las elecciones parlamentarias. Pensaban en el triunfo, desde luego, pero jamás en una avalancha de votos que no solo les entregaba en bandeja de plata el control del Parlamento, sino también la dádiva de una influencia nacional por la que habían trabajado sin éxito durante una escabrosa década. Jamás les pasó por la cabeza una victoria tan abrumadora, como tampoco calculó la “revolución” la estatura de la mengua calamitosa que sufrió. No le funcionó la táctica habitual, mientras los de la orilla triunfadora quizá pensaran que por fin caían en tierra abonada sus propuestas.
Pero, ¿qué pasó en realidad? El pueblo no votó por los partidos políticos, sino por él mismo. No se fijó en la existencia del PSUV, como si su maquinaria otrora célebre y temida fuese una fantasmagoría incapaz de mover voluntades. Tampoco se incorporó a mítines como los del pasado, controlados por organizaciones de la oposición distinguidas por sus colores y sus lemas, sino a unas manifestaciones heterogéneas que no expresaban apoyos a una tendencia particular. El paisaje fue dominado por una orientación de mil pelajes que apuntaba a una sola dirección porque lo consideraba conveniente, porque se le pegaba la gana a quienes la integraban, sin que nadie pudiera levantar el trofeo del éxito en las casas de los comandos. Los partidos fueron reemplazados por la multitud. Las directivas de las cúpulas fueron más adorno que guía certera. La gente hizo lo que quiso con su voto, sin el embeleco de las viejas banderas que sintieron el calor abrasador de las masas desde la segunda mitad del siglo pasado.
Ese calor abrasador no se encendió ahora porque las banderas viejas dejaron de existir, esto es, porque pasaron a mejor vida las férreas organizaciones que en el pasado hicieron lo que quisieron con las simpatías de los votantes. Se han mantenido a duras penas, chavismo incluido, sin el fuelle de los figurones de ayer. Desatadas las cadenas del liderazgo al que se había acostumbrado, y ante la presencia de liderazgos en proceso de establecimiento, la gente cogió calle para prestar el voto, para hacer abajo lo que no se podía hacer arriba, para ofrecer una cuota de paciencia y confianza, para dar una oportunidad, pero jamás para comprometerse con una hipoteca duradera. La gente no acudió a la plaza pública porque la llamaron, sino porque quiso estar allí hasta llenarla del todo y para retirarse según su conveniencia.
Ahora la gente apura el trago de otro escenario inédito: las colas para comer y para subsistir, el estreno de una mendicidad clamorosa que en el pasado podía disimular para que no la vieran de rodillas con la mano extendida, como los limosneros en el portón de las iglesias, pero que ahora es una vergüenza imposible de ocultar. La desesperanza sembrada por el chavismo conduce necesariamente a un tipo de reacciones del que no se tiene memoria. La gente no está ante una cita electoral, sino, por vez primera, frente a la búsqueda de una existencia decente. Si reaccionó como quiso en las últimas elecciones, ¿no puede ofrecernos sorpresas en breve, partiendo de una situación que no merece? Son asuntos que deben analizar los señores de la oposición a quienes el pueblo, en el primer capítulo de su nuevo rol en la política, les concedió licencia para una última traducción de sus aspiraciones. Del trabajo quedará eximido el PSUV, debido a que carece de cualidades para entenderse con un pueblo nuevo.
Más bueno no podía ser, así fué, no lo habíamos pensado, gracias al profesor nosotros mismos nos dimos cuenta, y así seguirá hasta desaparecer a este régimen, como siempre tremendo artículo.