Cuando las elecciones parlamentarias del 6D eran sólo una fecha en el calendario electoral, una posibilidad en el tiempo zarandeada por la arbitrariedad del gobierno y la debilidad de espíritu del CNE; los adelantados de siempre se apresuraron a decir, escribir, tuitear, insinuar, soplar al oído de sus asesorados que se trataba de un anzuelo dilatorio, un ardid para debilitar el espíritu de lucha y enfriar la calle ardiente de confrontación final. A medida que la locomotora de la MUD se acercaba a la estación de las parlamentarias -alimentada su marcha por la leña encendida de las encuestas- los adelantados de siempre fueron serenados por sus jefes políticos, quienes entendieron que el tren los podía dejar como a la Penélope de Serrat… esperando para siempre en el andén, y se subieron a tiempo.
Y el día de la instalación de la nueva AN fue una gran fiesta democrática, hubo abrazos y besos; y quien no creía, por arte de una invitación amiga, estaba presente en el hemiciclo, fijando la mirada transfigurada en el horizonte de la patria y llevándose las dos manos al corazón en señal de amor maternal hacia sus retoños parlamentarios. Hubo entusiasmo, hubo alegría, hasta que la dura cotidianidad del ejercicio parlamentario en las actuales circunstancias (se es mayoría en la AN, pero cercada y boicoteada por el gobierno a través, notoriamente, del TSJ) alumbró que era apenas el comienzo de un nuevo y complejo momento político que iba a requerir de un acopio importante de maestría parlamentaria y destreza política, para impedir el intento gubernamental de asfixiarla entre sus cuatro paredes. El equipo que la preside ha dado la talla para conducirla en medio del pirateo oficialista, y la bancada opositora y su jefatura han dado la cara para llevar a cabo su labor sin desanimarse ante el muro inconstitucional contra el que rebotan sus iniciativas parlamentarias. Es como para alegrarse y celebrar la decisión de haber votado el 6D. Pero…
Henos aquí que tan pronto surgieron las dificultades, apenas se hizo evidente lo obvio: que el gobierno iba a desenterrar las mandarrias -reales y verbalmente figuradas- a la menor oportunidad; que la independencia de los poderes públicos es todavía un objetivo democrático a recuperar; que la nomenclatura del PSUV tiene una relación utilitaria y de manipulación con las instituciones democráticas para minarlas, los adelantados de siempre descubrieron el agua tibia de lo que se sabía universalmente: el gobierno no se iba a rendir así de fácil. Así que ahora vuelven sobre sus pasos y recomiendan que si el gobierno no reconoce a la AN, tiene que desconocer al gobierno; si el TSJ deslegitima las leyes emanadas de la AN, tiene que destituir a los magistrados que lo conforman; si el CNE se pierde adrede en el laberinto de sus lealtades oficialistas, tiene que renovar a todos sus miembros; si las Fuerzas Armadas no responden a las urgencias democráticas, tiene que desconocer a sus mandos. En fin, un carrusel de voluntarismos vanidosos, infantiles, el fútil ejercicio de confundir los deseos con la realidad. Como si de Harry Potter y su varita mágica se tratase.
La Asamblea Nacional no puede ser concebida como un soviet leninista; es un espacio de lucha democrática -duramente conquistado- que no hay que desgastar en empeños baldíos. Tendrá que asumir las batallas democráticas necesarias -como ya lo ha hecho- y desechar responsablemente los lacerantes e inútiles llamados a encerrarse en una especie de Alamo heroico e inútil. Hay que desoír a los adelantados de siempre. Por más que en el patio del Palacio Legislativo los insensatos de lado y lado, palo en mano y con los ojos vendados, griten: ¡Dale, dale, dale!