El funcionario público que acepta una coima para darle curso a la
autorización ilegal de un trámite para construir en un terreno no preparado para la urbanización y que, por consecuencia, hospedará inmuebles riesgosos que cuando se caigan costarán la vida de ciudadanos. El niño que muere porque el desastre de las “hidros” produce enfermedades de toda índole que no pueden ser atendidas por los establecimientos de salud porque el presupuesto necesario para su operatividad fue “desviado” a otros menesteres. El comerciante o industrial que finalmente sufrió un infarto porque su corazón no pudo soportar el vía crucis de trámites costosos e interminables para intentar, sin éxito, conseguir la acreditación de permisos y la adjudicación de dólares para que el negocio no quiebre y su familia y las familias de los empleados no queden en la calle. Cuando le dio el infarto y lo llevaron al hospital, no había los medicamentos para sacarlo de la crisis y se convirtió en texto de obituario. Una repugnante corrupción genera escenarios como el que en Tumeremo le costó la vida a un número aún no determinado de personas.
Puedo escribir miles de ejemplos como esos. Los millones de papelitos enviados a “palacio” y a los cuales jamás se les prestó atención, dan cuenta de las tragedias ignoradas por un estado negligente. ¿Saben qué? La corrupción mata. Cada corrupto es un asesino oculto. Cada bolívar o dólar de las arcas publicas esquilmado, magreado, desviado, estafado, no reportado, asignado a proyectos que jamás fueron concluidos o tan siquiera iniciados, es una página en el prontuario de los asesinos ocultos. La corrupción, como el aleteo de la mariposa en la teoría del caos, nos amenaza y perjudica a todos.
El malandro descargó su arma sobre el policía. El funcionario no pudo enfrentarlo. El dinero para dotar a nuestras policías también se lo robaron.
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