Voy a contar la historia de una agresión a la universidad, que no tiene relación con la actualidad. Hoy no puede pasar un suceso semejante, como no pasó del todo cuando un poderoso espadón quiso. Sin embargo, el capricho me ha llevado a época remota para que los lectores gasten el rato en un episodio que no ocurrirá jamás en nuestros días alejados de la barbarie y apegados a la más circunspecta civilización.
Influido por su mujer, Joaquín Crespo, héroe de la Federación y presidente de la República, se aficionó a la compañía de un yerbatero de nombre Telmo Romero. Doña Jacinta, quien se había curado con sus potingues, lo introdujo en la casa de gobierno e hizo que su marido se habituara a una presencia que llegó a ser imprescindible. El Taita no solo le pedía brebajes para el reumatismo, sino también consejos para gobernar. Un día quedó impresionado por la razón de la decadencia venezolana que había descubierto Telmo en sus cavilaciones de iluminado. El país estaba mal porque la gente se masturbaba mucho, dijo Telmo al jefe del Estado, quien se conmovió ante la explicación e hizo que la publicaran en la prensa para que sus gobernados buscaran la contención de hábitos y vicios. Hay que podar la paja, dicen que dijo el Taita ante el hallazgo del consejero. Después le autorizó el establecimiento de un expendio de medicinas en el centro de Caracas, la “Botica Indiana”, frecuentada en adelante por los personeros del Liberalismo Amarillo; y decidió nombrarlo director del manicomio de Los Teques. Lo que el campestre facultativo hizo en las nuevas funciones aumentó su fama.
La insania de los pacientes no se debía a la masturbación, escribió en un informe, sino al recalentamiento de la cabeza. El Taita consideró que estaba en lo cierto, pues los arrestos de abajo generalmente se deben a los disparates de arriba, y lo autorizó a llevar a cabo un tratamiento único en los anales de la medicina: abrir agujeros en el cráneo de los enfermos, para soplarlos con un abanico antes de profundizar el procedimiento para la recuperación del raciocinio. Después de la rudimentaria trepanación, Telmo les introducía agua fría a través de una manguerita y estudiaba las reacciones en un cuaderno que llevaba para dar cuenta de las sanaciones. Muchos médicos cercanos al régimen y algunos catedráticos reconocidos certificaron el éxito del procedimiento del excepcional enemigo de la demencia. Antes de expresar su opinión, por prevenir antes de lamentar una errónea apreciación, los galenos miraban la cara del mandatario. Doña Jacinta celebró la consagración de su yerbatero y le sugirió al marido que le diera mayores responsabilidades. Dicho y hecho, en principio.
Crespo decidió nombrar a Telmo Romero rector de la Universidad Central. Nadie se atrevió a proponer otra designación en el Consejo de Ministros, los profesores cerraron la boca y el tema fue eludido por la prensa. La memoria de las cargas de machete que hicieron la celebridad del Taita durante la Guerra Federal recomendó prudencia. No obstante, los estudiantes se atravesaron en el camino. Marcharon hacia la “Botica Indiana” para llenarla de piedras y gritos, en una sorpresiva repulsa que concluyó con la quema de un folleto de remedios publicado por el candidato a sentarse en la silla del eminente José María Vargas. El gobernador quiso mandar tropas contra los manifestantes, pero prefirió no darse por enterado. Al principio la gente contempló en silencio la algarada, pero terminó aclamando a los muchachos alzados contra la afrenta. Sin entrar en detalles, los periódicos anunciaron que el expendio de medicinas cerraba por averías y no volvieron a ocuparse del tema.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado. A menos que un heredero de la “Botica Indiana” se anime a la reinauguración anhelada por algunos patrocinadores que quieran sembrar sus yerbas en la parcela de la educación superior. Sería como relacionar de nuevo el destino de la república con los excesos de la masturbación, o como considerar otra vez el beneficio de las trepanaciones bañadas en agua, y no quiero imaginar que hasta allá lleguen los “revolucionarios” del siglo XXI, pese a su entusiasmo por la medicina comunitaria.