Publicado en El Confidencial
Confesiones de un ‘malandro viejo‘
Cuando el jefe de una banda criminal está dispuesto a contar cómo consigue las armas, y cuándo las usa, la reportera de El Confidencial sabe que la entrevista puede costarle la vida
Puede que tenga tatuajes. O no. Que tenga el pelo crespo y negro, o rubio y liso. Que su piel sea más o menos oscura. Que sea alto y musculado o bajito y con barriga. Freddie, como ha pedido que se le llame, será para el lector una voz sin rostro, sin nada que señale su verdadera naturaleza, nada que permita identificarlo. Freddie es el jefe de una banda de Caracas. Una banda que tiene, como parte de su arsenal, las granadas que desde hace unos meses traen de cabeza a los cuerpos policiales de la ciudad. La banda que hace unos días lanzó uno de estos artefactos contra la policía científica en la sede cercana a Quinta Crespo, al oeste de Caracas, y que no explotó.
No aparta la vista en ningún momento, salvo para escudriñar algún movimiento, alguna persona sospechosa que pase por el lugar -absolutamente público, absolutamente a la vista de todos-, donde ha decidido que se le entreviste. Tiene la voz cadenciosa, no habla ‘golpeado’ [alto] ni con ninguno de los quiebros lingüísticos con los que se suele identificar en el acervo popular a quienes son como él. Por su edad es lo que se podría considerar ya como un ‘malandro viejo’, de esos a los que ya ni les roza de lejos el nombre de ‘coco secos’, los jóvenes de entre 13 y 25 años que delinquen en las calles de Venezuela, consumen drogas y tienen gatillo fácil.
Freddie empezó joven en la calle. Joven y armado. Y desde temprano supo el precio de una bala en su cuerpo, el costo de una vida perdida en un tiroteo. “Yo tenía muchos enemigos. Ahora me respetan. Ya las culebras [la gente con quien se tiene cuentas pendientes] mías casi la mayoría están muertos. No tengo mucho peligro, por eso es que salgo y pude venir acá. Al principio, cuando yo tenía 17 años, tenía mucho enemigo, nos peleábamos para vender droga. Yo vendía más que los demás, perico, marihuana… Me querían matar para quitarme la plaza. Me dieron un poco ‘e tiros a mí y mataron a un pana mío que estaba conmigo. Pero yo sobreviví. El mismo día, mandé… Y se tuvieron que ir. No los mataron en ese momento, pero al mes los encontraron en otro lado y los mataron”. De ese encontronazo permaneció mucho tiempo en recuperación, pero nunca perdió los contactos “ni la mentalidad de que tenía que seguir adelante y de que me iba a poner más rata [malo, vivo]. Seguí porque tengo la capacidad de hacer los negocios”.
‘Ahorita es más fácil conseguir armas, se consigue más que la comida. Tu llamas, tienes el dinero, mandas a un pana en una moto y ya’Pasaron los años, “fueron matando a todos los enemigos” y Freddie fue haciéndose más fuerte, con más panas, con más contactos en las cárceles entre malandros y militares. “Vendía droga, tenía real [dinero] y mandé a traer pistolas p’al barrio y ahora tenemos una banda más o menos. Somos veintipico”.
La conversación es tranquila, fluida. En ocasiones, incluso reímos. Cuenta su vida como quien cuenta que todas las mañanas se levanta para ir a la oficina del banco a trabajar. Solo que él se dedica al negocio de los coches y las drogas. “Tú mandas robar un carro y pides un rescate. Le robas a la persona el teléfono y le dices que se comunique con nosotros llamando ahí. Si llama, le pedimos el rescate, que puede ser desde 300.000 bolívares [1.363 euros si se aplica Simadi y 330 euros si se calcula al precio del euro en el mercado negro*] hasta 500.000 [2.272 o 330 euros] si es una camioneta. Si no aparecen, mandamos el carro pa’ un sitio donde le cambian los seriales del motor, de la carrocería y se le pone otra placa. Y eso se vende, porque no hay carros ni repuestos. Lo puedes vender en uno [4.545, 1.100 euros] o dos millones de bolívares [entre 9.090 y 2.200 euros]”. Hacen lo mismo con las motos, solo que por estas piden 50.000 bolívares [227 o 55 euros]. El otro negocio es la droga: perico, marihuana y ‘creepy’. La venden en menudeo a través de los menores de la banda.
La calma la rompe alguien que aparece de la nada. Va con gafas de sol oscuras, gorra. Sigiloso, se acerca, le toca el brazo a Freddie y le dice “tiene’ que apura’te” [apresurarte]. Con el mismo sigilo se va. No estamos solos. Nunca lo hemos estado. Desde no se sabe qué posiciones, cinco pares de ojos vigilan y detallan la conversación, cada gesto, cada movimiento de manos. Todo.
“Es más fácil conseguir granadas que comida”
Venezuela, un país sin guerra declarada, es el que más muertos tiene por el uso de granadas entre enero de 2013 y marzo de 2015. La página de noticias ‘Runrunes’ recoge que según la Organización de Naciones Unidas para el Desarme en ese tiempo han muerto 18 personas, además de los heridos. En los últimos meses, los ataques con granadas se han multiplicado en Caracas. El fin de semana del 26 y 27 de septiembre, hubo cinco ataques contra policías donde se usaron estas armas fragmentarias.
“La granada es muy fácil de conseguir ahorita, los mismos militares te las consiguen. ¿Quién usa granadas? La policía no usa granadas, son los militares. Ellos tienen un negocio con todo eso, con las granadas, armas largas, con rifles, en las cárceles… Si se les acaban, las traen de la frontera. Aunque ahorita no pueden, por el cierre”, dice Freddie. Cuenta que a cada militar le toca una cantidad de granadas y o vende las suyas, o las roba. Antes del cierre de la frontera las traían de Brasil o de Colombia. El precio de cada granada varía según el tipo. “Los militares te la venden en 15 o 20.000 bolívares [en un rango de 22 a 136 euros]. Después se revenden en los barrios y cuestan entre 30 y 50.000 [entre 33 y 227 euros]”. A las de Brasil, las más caras, las más potentes, les llaman ‘piña grande’. A las otras, ‘piñita’. El precio se eleva hasta 200.000 bolívares [909 euros a Simadi, 220 en euro paralelo] si se compra dentro de la cárcel. Freddie tiene en su casa. “Se las compré a otros panas, a otros malandros que tienen unos contactos en las cárceles. Ahorita todo es más fácil de conseguir, se consigue más que la comida. Tú llamas, tienes el dinero, mandas a un pana en una moto y ya”.
El último episodio en Caracas en el que hubo una granada fue el jueves 22 de octubre. En la sede del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), cerca de Quinta Crespo, en el oeste de Caracas, lanzaron una que no explotó. “Fue un pana. Porque ellos agarraron a un amigo y no querían real [soborno para soltarlo] y entonces les mandamos lanzar una granada para allá”. Y sentencia: “Si ellos siguen haciendo eso, les seguimos jodiendo p’allá. Y ellos no se pueden meter pa’l barrio porque no tienen las armas”.
En el barrio sí las tienen. La lista de precios sigue. Una metralleta vale 800.000 bolívares o un millón si es una HK, entre 880 y 4.545 euros según la tasa que se aplique. Una Ingram, con peine para 25 balas, cuesta 700.000 [3.180 euros en Simadi, 770 en negro]. Las pistolas automáticas están en un rango de 300.000 y 650.000 bolívares [entre 330 y 2.900 euros]. Lo más barato son los revólveres, el más económico se puede conseguir en 130.000 bolívares [590 euros a tasa Simadi y 143 en negro].
Los policías solo cargan consigo la pistola de reglamento.
Las granadas no son algo nuevo, dice Freddie. Se consiguen desde los años noventa. “Siempre he tenido, siempre he negociado con ellas”. Incluso cuenta que hay muchas en el mercado que están “viejitas y vencidas” y recuerda una noticia de hace unas semanas donde unos malandros lanzaron una granada, “apenas le quitaron la cuestión [la anilla] ¡pum!, los malandros se murieron ahí mismo”. Explica que, aunque siempre las hubo, ahora se están usando más “porque es un método de joder a los policías sin arriesgar tu persona. La lanzas y te pierdes. Es un atentado, das un aviso. Si le entras a tiros, te van a ver la cara, te van a perseguir y tienes que escapar. Si lanzas la granada, te confundes con el público y ya no se sabe quién fue. Es más fácil”.
Cómo entrar en una banda
Las bandas -de las que no se sabe el número exacto en Caracas, pero Freddie calcula unas 1.000- varían en número y edad entre sus miembros, negocio y armamento disponible. Los menores, los ‘carajitos’, se encargan de labores de menudeo y vigilancia. O a matar. “Se manda a menores de edad a robar pistolas. Les dicen ‘mata a ese policía, agarra esa pistola y te unes a nosotros’. Los mayores no se encargan de eso. Los carajitos tienen la mente más como inmadura, matan por ti, se arriesgan. En cambio, ya uno no se arriesga mucho. Manda a los demás”.
Los carajitos empiezan desde los 12 o 13 años. “Tú los ves con pistolas, fumando [marihuana] siempre, ni comen. Están todo el día en la calle. Las mamás son así también, borrachas. A los carajitos los agarra uno y los pone a trabajar. Muchos vienen y me dicen que quieren ganar conmigo, quieren plata y se las quieren dar de que ellos son más que los demás”. Freddie es una suerte de consejero con ellos, les dice que se cuiden, que no se dejen matar. “No te drogues, no vayas pa’ una fiesta donde haya culebras tuyas. Y ya. No les digo que se salgan ni que estudien ni nada, porque ese consejo les entra por acá y les sale por allá. Si fuera un hermano mío, un primo mío, no lo dejo. Pero ya otros carajitos no me importa, esa es su vida”. Ellos le escuchan, lo respetan, no le dicen que no nunca a cualquier favor. Cualquiera.
Los malandros mayores pueden tener entre 30 y 50 años. “Son los que sobrevivieron, los que no murieron y ya saben hacer las cosas”. Y mandan, como manda Freddie. Aunque para decirlo, da un rodeo.
– En toda organización hay alguien quien mueve la plata. Yo soy el que tiene la mayoría de las pistolas. Los chamos hacen cosas con mis pistolas. Yo soy el que tiene la plata para comprar la droga y después ellos la revenden.
– O sea, que tienes un estatus bien dentro de tu grupo.
– Sí. Multiplico el dinero.
– ¿Tienes gente a la par que tú, de tu mismo estatus?
– En los otros grupos. Dentro de mi grupo, yo. Y nadie se atreve a quitarme, a matarme o algo así porque no tienen los contactos. Yo soy el que digo “tenemos un trabajo”. Ellos saben que si me pasa algo, van a ir por los chamos.
Con los otros grupos se refiere a las otras dos bandas que conviven en la misma zona que la banda de Freddie. Tienen negocios diferentes, por eso no chocan. Unos secuestran y los otros venden droga, pero un tipo diferente al de su negocio. “Los que tienen problema ya son los chamitos [chavales], no los malandros grandes. Los chamos que se enemistan y se matan entre ellos. Nosotros no nos metemos ahí”. No siempre todo fue convivencia. Hace tiempo tuvieron problemas entre las tres bandas, pero “los problemas se mueren cuando se matan a los que no están de acuerdo. Los que sobreviven, ya entre nosotros somos panas. Los que tenían problema, están muertos”.
– ¿Has matado directamente a alguien?
– Interpreta mi silencio.
Una doble vida
No le importa quién esté en el Gobierno. Salvo ahora. “Estoy como molesto. No me gusta la cuestión de la economía, que todo sube, está caro, ya está muy difícil de conseguir las cosas, no se consigue comida. No estoy de acuerdo con eso y sí me gustaría que cambiara ya este Gobierno. Y si viene, que venga quien sea y que lo acomode. Yo no voy a votar por nadie”.
Vive solo. Tiene otro negocio más de escritorio. Una tapadera. Su madre vive en otra zona del país. “Ella no sabe nada. Por eso es que yo tengo ese negocio, para que ella piense que yo me gano la vida…”. No termina la frase. Pero ella sí se enteró cuando a los 17 años lo tirotearon. “Me dijo que por qué hacía eso, que si no pensaba en mi familia… Y yo de verdad, que uno no piensa en nada. Uno cuando está chamo tiene la mente no sé en qué lado. Ahorita sí uno piensa más las cosas”. Y también las piensa más porque tiene familia.
Tiene un hijo preadolescente al que no ve casi. “Él no sabe nada. No me busca, pero yo le mando dinero. La mamá tampoco sabe nada, ni siquiera la veo”. Hablan a través de Facebook. “Él es… Él no me quiere. Pero yo intento comunicarme con él. Claro que me preocupa”. Y piensa en cuando crezca y llegue la edad de ser un potencial ‘coco seco’. Por eso le da consejos, “que no agarre la calle, que se cuide de sus amigos, que nada de drogas. No dejaría que él estuviera en cosas malas. Él me dice ‘no papá, no estoy haciendo nada malo’. Y ya. Es lo poco que me responde. Por lo menos me dice papá. Yo le escribo a él y él no me busca”.
No piensa dejar “el negocio”. No quiere vivir con un sueldo que no le alcance. “Prefiero correr riesgos. Si no hiciera esto, no podría vivir. La vida es una sola, para qué te vas a estar esclavizando y trabajar pa’ un poquito de dinero. A lo mejor pienso brutamente, pero soy así”.
Nos despedimos. Me alejo de la plaza con los ahora seis pares de ojos sobre mí, dando vueltas en mi cabeza al pacto prometido: no describirlo, no descubrirlo. “No te conviene”. Me alejo de la plaza. Y me alejo definitivamente de Freddie, como ha pedido que se le llame, y que para los lectores, seguirá siendo una voz sin rostro.
*En Venezuela existe control cambiario y distintas tasas de cambio. La oficial es la que cambia un dólar por 6,30 bolívares y se usa principalmente para medicamentos y alimentos. Simadi es una tasa de cambio flotante, para el cambio en la calle, y se sitúa alrededor de los 200 bolívares por cada dólar. La tercera tasa es la que se consigue en el mercado negro, fluctúa cada día y a la hora de realización de esta nota, se sitúa en 908 bolívares por cada euro. En este caso, se usará la tasa Simadi y la del mercado negro. Sirva además como referencia que, según el último cambio promulgado por Nicolás Maduro, el salario mínimo asciende a 10.000 bolívares a partir del 1 de noviembre.