Por: Fernando Rodríguez
El hecho de que muy amplios sectores del país que opina (y la mayoría de los venezolanos, según la encuesta Keller) haya tenido una posición contraria a la arremetida del gobierno contra miles de humildes colombianos que expulsó o hizo huir de la frontera brutalmente y, en definitiva, no lo acompañó en lo que devino un conflicto entre los dos Estados, indica que el concepto populista y militarista de nación (patria, le dicen) no funciona automática y ciegamente. Y hoy no es fácil de “inocular”. Actitud loable que coloca los derechos humanos sobre los mezquinos designios de un régimen que hizo podrir la frontera y ahora quiere transformarla en botín electoral. Y el rechazo fue de tal intensidad que ni siquiera se pudo manipular la escisión entre patriotas y traidores.
Una muy diáfana respuesta de la Cancillería chilena a una queja por “injerencismo” de la venezolana, a propósito de Leopoldo y otros presos, establece con precisión poco usual ese deber de todo demócrata de colocar la humanidad más allá de las banderas nacionales y su intención de continuar haciéndolo: “No puede considerarse una intervención una expresión respetuosa sobre los derechos humanos en otro país”. No menos aleccionadora es la carta de Almagro a Jaua, donde da una estupenda lección de la manera como se deben vincular la vocación revolucionaria y el respeto al contrincante, todavía más si es minoría. “Toda revolución significa más derechos para más gente”. Hablamos de socialistas y de representantes de países de aleccionadoras experiencias progresistas. Por no citar sino un par de ejemplos significativos del inmenso caudal de “injerencias” de instituciones, países y personalidades mundiales que hoy condenan los atropellos de que somos víctimas los venezolanos.
Aunque no tengamos conciencia plena de ello, cosa que sucede con los verdaderos cambios sociales, cada vez más somos parte del mundo y nos alejamos de la beatería nacionalista. No solo nuestra política se ha internacionalizado, sino que 80% de nuestros hogares tiene cable, y más de 60%, Internet o, ¡ay!, millón y medio de calificados venezolanos se fugó hacia otras tierras. Y, paradoja de paradojas, el propio chavismo convirtió la economía venezolana en una agencia importadora de todo cuanto ahora falta, en detrimento de “lo nuestro”.
Pero es buena nueva lo que nos hace más modernos, más universales, más desprejuiciados, más humanos. Y nos aleja de ese hueco irrespirable donde nos había hundido el chavismo, a contracorriente de la historia: lleno de pasadismo, charreteras a granel, polillas historiográficas, chovinismo, necrofilia, delirios identitarios, abrumadora incultura, cursilerías sinfín y otros malos olores. Por lo visto ahora, aunque sea un inicio, la luna brilla más pura y se respira mejor.