“Buenas noches, Los Ángeles. Feliz de poder compartir con tanta gente buena y afición a la buena música. Tanto yo como mis compañeros estamos contentos y felices y, nada, darles las gracias por estar aquí. Thank you, very much”, y comenzaron los compases de Simples Cosas.
Lo anterior, lo dijo con su acento muy español. El que nació en Madrid habla bastante andaluz, Diego El Cigala. Diego El Cigala dio este concierto en Los Ángeles en el mes de agosto de este año. Pero todo lo que estaba diciendo era mentira. The show must go on. El show debe continuar.
Esa frase se ha hecho muy popular, no solo en el mundo del espectáculo, sino también en el mundo de la política. Recordaran ustedes que el extinto Hugo Chávez luego de la terrible tragedia en Paraguana, dijo: El show tiene que continuar, a lo mejor es que Chávez entendía que la política era un show. Lo cierto es que en el mundo del espectáculo, el espectáculo, el show es sagrado, no se puede interrumpir. Siempre, siempre hay que estar allí, siempre hay que ir adelante.
Tenemos la imagen del payaso, el payaso que sale hacer reír a la gente, el payaso que sale a divertir a la gente, así tenga por dentro un dolor que le esta desgarrando. El payaso con la cara pintada triste. El payaso al que le cantaba Javier Solis, “soy un triste payaso” y se reía con carcajadas cínicas, crueles. O al Send in the Clowns que cantaba tan maravillosamente Sarah Vaughan. El show debe continuar asi haya un dolor inmenso por dentro.
¿Por qué decía que Diego El Ciagala había mentido al presentarse, aquella noche de agosto en Los Ángeles?
El cantante no podía estar feliz. Pero se transformó al subir al escenario. Diego Ramón Jiménez Salazar, El Cigala en los discos y carteles, se ha quedado viudo. La noche antes del concierto a las dos de la madrugada, se apagaba la vida de Amparo Fernández, su pareja durante más de 25 años. Con ella tuvo dos hijos y se convirtió en el pilar más férreo de su carrera.
La audiencia ignoraba que 45 minutos antes, el artista llegó al camerino enfundado en un pijama de corte chino de raso azul oscuro, con la mirada escondida en una gafas de sol y arrastrando las babuchas. Con el cuerpo apoyado en Yelsy Heredi, su contrabajo, repetía “qué barbaridad, qué barbaridad”, mientras sujetaba la cabeza con ambas manos. A medida que pasaban los minutos, Julio César Fernández, road manager, hijo de Amparo, estrenando orfandad, comenzó a dar el último planchado al terno de luto: chaqueta con solapa de terciopelo, camisa blanca y raya en el pantalón. Diego pidió colirio para aliviar los ojos encendidos en sangre y un espray que mitigase la tristeza agarrada a la nariz. “No puedo, no puedo, no puedo”, susurraba. Pero pudo. Pudo más que ninguna noche. Más solemne y metido en sí mismo que ninguna otra actuación. El desenlace, no por esperado, ha sido menos doloroso.
Amparo falleció víctima de cáncer en Miami, y a pesar de todo, a pesar de que se esperaba ese desenlace terrible, El Cigala se fue a Los Ángeles a cumplir, a cumplir con eso, con el show con el espectáculo.
Esa noche, cuando terminó la música y se pudo ir a llorar a sus anchas, el público salió feliz, aplaudiéndole a rabiar, ninguno se enteró que horas antes El Cigala se había quedado viudo.