Apatía – Fernando Rodríguez

Por: Fernando Rodríguez

Apatía es uno de los calificativos más elocuentes para describir la depresión, esa desconexión emocional con el mundo que diría Freud. Se podría afirmar que Venezuela está seriamente deprimida. Que sus respuestas afectivas guardan escasa proporción con las dimensiones, inusuales y enormes, de lo que le sucede. Ni manifestaciones tangibles de cólera, miedo descontrolado, esperanzas voceadas, solidaridad, templanza… más bien tristeza, desconcierto, mutismo, ensimismamiento y otras formas de distanciarse de lo real, de mirarlo lejano y brumoso, apáticas.

Las calles han terminado por ser escenarios para delincuentes y no para la acción cívica, cualquiera sea su color. Los medios, casi todos, invaden como siempre los recintos privados para difundir su mediocridad y la insoportable verborrea gubernamental, ya muy vacía e inaudible. Los políticos opositores y buena parte de los oficialistas se oyen poco, parecen haber optado por la parquedad, si acaso el Twitter, o el silencio, por una tonalidad acorde con el ambiente. Creo que evitamos todos conversar mucho de política, ¡hasta cuándo!; además, como que sospechamos que nadie conoce bien las claves del laberinto y por tanto de “la salida”, lo que cuenta. Se habla mucho de colas y meritorias adquisiciones.

Y mira que hay acontecimientos de gran calado. Un destacado sociólogo decía en estos días que suceden tantas cosas en el país que termina no sucediendo nada, buena fórmula para describir nuestro acontecer actual. Por mucho menos de lo que se está planteando con Colombia y Guyana, en otros días los cuarteles estarían rugiendo, al fin y al cabo el único oficio que deberían tener es resguardar el sagrado suelo. Un desastre económico como el que vivimos en cualquier parte hubiese generado al menos desorientados indignados a la española cuando no enfebrecidos árabes de la fallida primavera. Y los cada vez horrendos y múltiples crímenes de toda laya que nos traen las noticias deberían causar estados de emergencia populares, al fin y al cabo son nuestras vidas y las de los nuestros. Al igual que los desmanes políticos de un país de chafarotes sin instituciones. No hay relación entre esas causas escandalosas y sus efectos desvaídos.

Pero, además, la gente debe estar desconcertada por la falta de sintonía de las soluciones que algunos proponen. Van, hablamos de la oposición, desde ganar la Asamblea para llegar a un equilibrio y un diálogo con el gobierno para trabajar juntos y sacar el país, pacífica y  democráticamente, del desastre. Hasta el empeño del padre Ugalde por defenestrar a Maduro lo más pronto posible, sin muchos pruritos constitucionales y concertando con sectores chavistas conscientes del despeñadero. Camino que con más sigilo deben estar transitando no pocos con otras quinielas. Y opción que crecerá una vez que se ganen las elecciones, si se ganan, por senderos de muchos colores.

Del lado de los chavistas también hay estupendos ejemplos. Baste el desorden con los gringos, demonios de ayer, hoy y se suponía de siempre. 10 millones de inservibles firmas contra Obama. Y luego Maduro extasiado, transido, estrechando azarosamente su mano en Panamá. Y las denuncias de funcionarios y grandes diarios americanos contra el compañero Cabello y el encuentro festivo con Shannon en Haití, para reanudar relaciones, dicen. Explíquelo usted. ¿Y cómo hacer, Vladimir Ilich, Ernesto Guevara, con este desmadre de Cuba la siempre casta, madre y maestra?

Total que en tanta parálisis y desasosiego lo único sensato, por los momentos, es ponerse a trabajar de verdad en esa tarea poco épica de convencer a los vecinos de que hay que votar temprano, y por la oposición, el 6 de diciembre. Mientras no aparezca un dragón y se siente a escupir fuego en la plaza Bolívar.

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