Quehacer “guayandino” – José Rafael Herrera

Por: José Rafael Herrera

Hace pocos días, tuvo lugar en el Teatro Cesar Rengifo de laJose-Rafael-Herrera-ALEXANDRA-BLANCO_NACIMA20130425_0168_6 Universidad de los Andes, en la ciudad de Mérida, un homenaje a Serenata Guayanesa, agrupación musical cuya capacidad creativa, rítmica y melódica es conocida y reconocida más allá de las fronteras nacionales. Tres de los cuatro integrantes de dicha agrupación estudiaron en la ULA. De hecho, siendo naturales de Guayana se declararon mitad guayaneses y mitad andinos. Por si fuese poco, en su discurso de cierre, la vicerrectora académica de la universidad los definió como “guayandinos”. Los homenajeados asintieron, y los asistentes, sensiblemente emocionados, colmaron de aplausos y “vivas” aquella extraña y, al mismo tiempo, asertiva definición.

La verdad, se tendría que ser portador de una incurable mezquindad o de un profundo resentimiento para no reconocer los méritos extraordinarios que portan consigo estos auténticos intérpretes de lo que nuestro Aquiles Nazoa definió alguna vez como los “poderes creadores del pueblo”. Lo mismo que el Orfeón Universitario de nuestra UCV, de patrimonio a patrimonio, los “guayandinos” en cuestión han formado, después de todo, un equipo de voces diversas que, juntas, generan una de las expresiones sonoras más nítidas de aquello que Hegel definió como el “Volksgeist” de una nación.

Semanas antes de este homenaje merideño rendido a la Serenata, en el Aula Magna de la UCV se le rindió un sentido homenaje a don Pedro León Zapata. Músicos, cantantes, actores, humoristas y animadores, se hicieron presentes en una noche de brillo, sensibilidad y mucha energía vital. El mensaje fue claro: No hay régimen, ni en el cielo ni en la tierra, que detenga la fuerza espiritual de una sociedad que se niega a ser sometida y dividida. Cuestiones de “Humor y Amor”, para citar de nuevo a buen Aquiles. Aquella noche de Aula Magna llena, un brillo de luz y confianza encendió el rostro risueño de un país que se sabe bueno y grande cuando se reconoce y une, a pesar de sus diferencias.

Una diferencia, sin embargo, hubo entre ambos encuentros. En Caracas se hicieron presentes dos de los integrantes de Serenata Guayanesa para rendir tributo a la memoria de don Pedro León. Faltaron dos de sus miembros. Y, a pesar de que sus canciones cautivaron al público, era como si un “no se qué”, un “algo”, hubiese quedado suelto en el ambiente. Era como si una parte sustantiva del país se hallara ausente, a diferencia de lo que aconteció en Mérida. Sucede igual con los procesos históricos. El “ambiente” se va gestando, hasta que se traduce en objetividad.

Quizá Caracas fue la demostración de una necesidad del tiempo presente. Quizá la ausencia de lo uno contribuyó con la presencia de lo otro. No se puede afirmar con la certeza exclusiva que quien escribe quisiera. Pero, en todo caso, el ejemplo permite extender el propósito que inspira estas líneas: un país que reconoce sus diferencias, las asume y, a la vez, cohabita en paz con ellas en busca de una voz dialécticamente plural, diversa y al mismo tiempo única, es, en efecto, un país que progresa.

Decía un viejo profesor del curso de Filosofía de la Praxis de la Escuela de Filosofía de la UCV que para que ocurran los cambios políticos y sociales de los pueblos es necesario que coincidan los factores objetivos y subjetivos en un determinado punto de su devenir histórico. Cuando los venezolanos tuvimos todos los factores subjetivos a disposición faltaron los factores objetivos, lo cual generó importantes niveles de desánimo y hasta de frustración en un significativo sector de la sociedad, justo en el momento en el cual los factores objetivos comenzaron a surgir. En los últimos tiempos, signados por una grotesca corrupción y, en consecuencia, por la peor pobreza de la historia contemporánea, se ha hecho manifiesta la ausencia de aquellas gigantescas marchas y concentraciones que exigían, al unísono, una rectificación, frente a quienes aún sustentan los hilos del poder. Son esos momentos en los cuales el consenso espiritual se transforma en condición indispensable. La cultura tiene la palabra: su mensaje es determinante a la hora de superar conflictos y remontar las plagas que va dejando la crisis. Su papel consiste, dentro de esta hora problemática, precisamente, en transmitir el mensaje de paz y unidad que hace grande y próspero a un pueblo que, como en el caso de la Serenata, cuando canta junta se hace fuerte. La condición de “guayandino” contiene en sí misma el punto de partida para que lo subjetivo y lo objetivo generen los necesarios elementos de consciencia que el país entero exige. Solo así tendremos el cambio que, en realidad, todos merecemos.

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