El puño de hierro y la bala en la cabeza – Gustavo Valle

Por: Gustavo Valle

País policial, parapolicial, suprapolicial.                        Gustavo Valle

País armado hasta los dientes.

País de comando de acciones especiales, de fúnebres servicios de inteligencia, de comisarios con armas automáticas, de siniestros matones vestidos de negro, con chalecos antibalas negros, con botas y pasamontañas negros que actúan en motocicletas y tanques y disparan sus perdigones, sus gases pimienta, su certero plomo nueve milímetros.

País militar, militarizado, militarizante. De orden vertical, de métodos jerarquizados (y sin embargo anárquico), de constante apelación a la reciedumbre, a la servidumbre, a la defensa y a la autodefensa, a la dinamita verbal, al uso de las instituciones como cuarteles, como fusiles, como misiles.

País esclavo de su omnipotencia, idólatra de su propia pólvora conceptual, garantizando banquetes de felicidad con un puñado de armas largas en las puertas de los supermercados.

País con las amígdalas hinchadas de órdenes, contraórdenes, dictámenes, advertencias, proclamas y decretos firmados dando puñetazos encima de la mesa. ¡Mano dura! ¡Así se gobierna!

País campo de batalla y teatro de operaciones. País objetivo militar con sus batallones, sus brigadas, sus milicias, sus civiles armados, sus unidades de batalla desde las cuales inventar un estado de guerra omnipresente, guerra económica, guerra biológica, guerra asimétrica, Guerra Fría extraída de los viejos anaqueles de la paranoia conspirativa, guerra, guerra, guerra, esa circunstancia donde la cultura militar se vuelve protagónica.

País dispuesto a fabricar a diario un enemigo peligrosísimo, interno y externo, un brutal e implacable adversario que solo existe para el único propósito de aniquilarnos, destruirnos, bombardearnos, borrarnos del mapa.

País que solo piensa o nos quiere hacer pensar en esa pavorosa Gran Guerra en la que enfrentaremos al Gran Canalla, al Integral Hijo de puta, al Dispuesto-a-todo-para-quedarse-con-lo-nuestro, y por eso debemos armarnos de balas/palabras, de balas/argumentos, de balas/hipótesis y balas/tesis y de todo tipo de rifles y granadas y morteros y kaláshnikovs imaginarios y reales.

Pobre país de asalto que metamorfoseó pensamientos en municiones e hizo de un plan de gobierno una batería antiaérea mientras evangelizaba a las personas con la canción de cuna de los héroes invencibles y los titanes a caballo y los semidioses e ídolos del siglo diecinueve junto con toda su épica sonámbula y sus viriles decretos de guerra a muerte; el largo reguero de sangre independentista parece que nos excita, nos convierte en vampiros o devotos, o nos hace más arrechos y nos da el valor necesario para emprender la Suprema Gesta, la segunda independencia (¿o es la tercera?) Pero no, todo lo contrario, ahora somos más esclavos, más cautivos, más rodilla en tierra, más sumisos, más subyugados, más obedientes a un todopoderoso, que no es un todopoderoso extranjero sino nuestro, nacional, nativo, criollo, porque entramos dócilmente en su triste lógica de “Sí, mi Comandante”, el infame protocolo de “A sus órdenes, mi Teniente”, y nos dejamos deslumbrar, como la novia boba de las telenovelas, por el brillo de sus uniformes verde oliva y la pulitura de sus botas.

País de quien dispara y de disparados. De oscuros generales que legalizan el gesto de apretar el gatillo contra los manifestantes ¡Boom!

País a quemarropa. Con sus 25 mil muertos al año por arma de fuego, con sus estudiantes y menores de edad baleados en la cabeza, con sus fiscales asesinados sin que nada pase ni nadie vaya preso, con sus esbirros libres y sus asesinos libres y sus represores libres, no solo libres, incluso condecorados, premiados con gobernaciones, diputaciones, ministerios, y los pocos que están tras la rejas, ese ínfimo puñado de matarifes que tuvo la mala suerte de haber sido fotografiado o filmado infraganti cometiendo sus fechorías, ocupan ahora los mismos calabozos para los que trabajaban, vigilados y alimentados por sus viejos compañeros de homicidios.

País armería, país fortín, conscripto de sí mismo, reo de sí mismo.

País donde ya no van quedando ciudadanos sino tropa.

Twitter @vallegusta

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