Comunicación y poder – Antonio Pasquali

Por: Antonio Pasquali

La feroz matanza perpetrada en la redacción de un irreverente40655_338x198_0670941001345467585 semanario parisino, y la inmensa concentración humana de rechazo que le siguió: casi 5 millones de franceses (el triple que el día de la Liberación en 1945) con 50 jefes de Estado, primeros ministros y ministros de todas partes, debe incitarnos a serios análisis conceptuales y de conducta, no solo porque nada de la humana familia nos es ajeno, sino porque padecemos en carne propia una  versión soft pero tenaz, y por colmo gubernamental, de aquella misma  intolerancia hacia el libre y diverso decir, hacia la resistencia racional y democrática a dogmas y hegemonías.

La intolerancia, esa violencia moral que “retrasa el progreso manteniendo en vida la tortura y masacre de inocentes” (Marcuse, 1965), privilegia hoy de víctimas a quienes ventilan y denuncian con pluralidad de criterios los abusos de poder. ¡Trágica paradoja de esta era de las comunicaciones! Ser comunicador se ha vuelto doquiera una profesión hasta mortal (66 asesinados en 2014). Sin ir lejos, en el vecino país mártir, Colombia, se han matado en  35 años a 142 periodistas; entre ellos aquel Guillermo Cano de El Espectador, asesinado en 1986 por los narcos y hoy epónimo de un Premio Mundial a la Libertad de Prensa de la Unesco. En esa ocasión los medios colombianos decidieron publicar idénticos y anónimos editoriales antinarco; una astucia valiente en la que parecieran haberse inspirado los 12 periódicos del Quebec francófono que reprodujeron juntos una de las caricaturas de Mahoma que le costara la vida a los colegas de Charlie Hebdo.

Roberto Saviano, el escritor perseguido por la camorra, escribió en los días álgidos, con pesimismo, que a falta de adecuadas reacciones “nos veremos en la próxima masacre”, pero Patrick Pelloux, escapado de milagro de la muerte, exclamó: “Toda esa humanidad reunida por la libertad de expresión… es sin duda el primer día de algo”. Y lo fue.

¿Por qué la “libertad de expresión”, en fórmula anglosajona, o la “libre comunicación de pensamientos y opiniones”, como dice con más pertinencia la “Déclaration” de 1789, han pasado a ser la piedra de toque de nuestros derechos individuales y sociales; por qué concitan hoy a tantos millones en su defensa; por qué hasta la Iglesia romana afirma ahora que su nueva doctrina de la libertad religiosa es “tan fundamental como la libertad de expresión”? Por una razón filosófica y otra política. Por un lado, sabemos que comunicarnos es la condición sine qua non de nuestra relacionalidad con el semejante, que toda forma de convivir es un derivado del modo de comunicar que predomina, y quien obra por desfigurar o hegemonizar sus espontáneos, libres y plurales flujos y contenidos busca alterar en su favor nuestros libre albedrío, relacionamientos y modelos sociales. Por el otro, la historia ratifica que solo hay democracia allí donde los ciudadanos, informándose recíproca y libremente, generan a flujo continuo y sin impedimentos una genuina opinión pública, OP, autorregulada y no manipulada, pluralista y contralora de los vicariales poderes públicos. Mantener en vida una libre OP es hoy imperativo categórico en democracias que dejaron atrás sus revoluciones y kaisers, soviet y fascismos, nazismos, caudillos, ayatolás y coroneles golpistas manipuladores del poder mediático, enemigos del comunicar libre y por eso ontológicamente antidemocráticos y despóticos, como en el caso nacional.

Sobre contenidos: la tragedia francesa confirma que el fundamentalismo es particularmente intolerante a la sátira mordaz que deja en ridículo la seudoseriedad de los tiranos de toda pelambre. En Venezuela, país gobernado por demodés y patéticos egresados de las vetustas escuelas cubanas de intoxicación ideológica, hay buena sátira (acosada) pero sin masa crítica. Falta estigmatizar menos ocasionalmente las incontables ridiculeces y crueldades del régimen, reinventar un Cojo Ilustrado, un Morrocoy Azul, y ponerlos a morder con ritmo y estrategia el hueso Miraflores/Capitolio.

 

apasquali66@yahoo.com

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