Artículo publicado en elespectador.com
Por: Andrés Hoyos
Fidelia, una abuelita flaca y adusta, iba de pasajera en el Ferrari modelo 1999 que el grandulón Nicolás conducía como un demente por una carretera endiablada.
De repente, la calzada se puso resbalosa y, al pisar el freno con fuerza, Nicolás perdió el control, y el Ferrari empezó a dar trompos hasta estrellarse contra un árbol. Maltrecha, Fidelia emergió como pudo de los escombros del bólido, y una vez afuera se revisó de arriba abajo. Al ver que al menos estaba viva, dijo:
—Ahí te las apañes, Nicolasito, con tu montón de chatarra. Será hasta pronto.
La escena anterior describe en forma precisa lo que acaba de pasar entre Cuba y Venezuela. Ya va quedando claro que sólo Estados Unidos puede ayudar a Cuba en el mediano plazo, mientras que al chavismo a estas alturas no le puede ayudar nadie.
Viene a cuento la pregunta del tribuno liberal colombiano Darío Echandía: “¿el poder para qué?”. Venezuela la debería tener muy presente. No se suele explicar el contexto en que Echandía pronunció esta famosísima frase. La dijo en la madrugada del 10 de abril de 1948, con el cadáver de Gaitán apenas frío y Bogotá en llamas. Las calles se habían llenado de muertos y el país estaba desbaratado. En ese momento, en efecto, el poder no servía para nada.
Mutatis mutandis, como dice el latinajo, no creo que nadie quiera hoy ocupar el puesto de Nicolás Maduro en Venezuela, por lo que la fábula de que se cocina un golpe de Estado carece de sentido. Los chavistas, y los hay astutos, saben que quitar a Maduro de la Presidencia equivale a sacar la carta que derrumbará el edificio. Descartado un trasplante de cerebro del presidente por no ser posible ni siquiera para los mejores médicos cubanos, no queda de otra que rezarle a José Gregorio Hernández o a María Lionza.
Los opositores deben hacer una lectura análoga. Está muy bien que quieran ganar las elecciones parlamentarias —¡para las cuales aún no hay fecha en ese país destrozado!— y está muy bien que salgan a la calle a protestar en forma pacífica por la falta de todo lo esencial. En contraste, es mala idea que quieran ahora el poder, pues equivaldría a ganarse la rifa del tigre. Parece fundamental que sea Maduro quien tenga que tomar las medidas más impopulares, lo que de seguro le costará el poder luego. Alexis de Tocqueville lo explicaba con un aforismo certero: “El momento más peligroso para un mal gobierno es cuando trata de enmendar sus errores”, a lo que cabe agregar que a veces ese mal gobierno no tiene más remedio que intentarlo porque no puede seguir haciendo lo que hacía antes.
Sin ánimo de devaluar a nadie, la coyuntura está demostrando que Henrique Capriles es el más dotado de los líderes opositores venezolanos. Los “salidistas”, en particular Leopoldo López y María Corina Machado, a lo mejor sean más fogosos, pero Capriles tiene el cerebro mejor puesto. Don Henrique tiene toda la razón en que ahora sí llegó la hora de la acción, cuando el chavismo está debilitado y busca escondederos a peso, no hace un año cuando todavía tenía bríos.
A diferencia de Cuba, que tiene un futuro capitalista paradójicamente promisorio, Venezuela antes de mejorar va a pasar por las duras y las maduras y valga el juego de palabras. No es imposible que el país termine dolarizado, como Ecuador, en una ironía sangrienta que ya nunca dejaría dormir en paz en su tumba al locuaz y dicharachero coronel que estrenó el apachurrado Ferrari por allá en 1999.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes / Elespectador.com