El prisionero del odio

  Repasemos someramente los hechos de abril del año 2002. Mucho se ha escrito al respecto y mucho, sin embargo, permanece todavía en el misterio, en la oscuridad. ¿Cómo fue desviada la marcha que venía por la autopista hacia el Palacio de Miraflores? ¿Por qué en el Palacio se esperaba algo especial? ¿Qué sabemos de los francotiradores en los techos de los edificios aledaños? La imagen que no se nos borrará jamás de los pistoleros de Puente Llaguno. En fin, tantas cosas que quedan en el misterio. Hubo muertes, muertes que perturbaron al país, hasta que en la noche Hugo Chávez renunció. El resto es historia: la torpeza mayúscula y el golpe de estado del día sábado, y el regreso al poder el 13 gracias a Raúl Baduel, hoy caído en desgracia.

  Cuando Chávez regresa al poder y besa aquel famoso crucifijo, promete una suerte de enmienda. Se montan mesas de diálogo para tratar de reconducir al país, de  volver algo de concordia. Fueron vanos deseos, eso no duró. Lo fundamental era poder instalar una Comisión de la Verdad que nos permitiese llegar al fondo de lo que había ocurrido en esos días de abril. Dicha Comisión de la Verdad jamás, jamás se instaló. Hugo Chávez necesitaba desesperada, reconcorosamente poder vengar la afrenta que significó haber salido del poder por unas cuantas horas. Allí se sembró el odio, y allí su víctima fue el Comisario Ivan Simonovis. En estos casi 10 años de prisión, con un juicio completamente amañado, no se ha podido comprobar de ninguna manera las más duras acusaciones que ha hecho el régimen en su contra. Pero es el prisionero del odio, ha sido el prisionero del odio y por ello permaneció tras las rejas.

  Ahora, en una de esas medidas que tanto acostumbra el gobierno, le liberan en plena madrugada. Hasta su esposa Bony fue sorprendida por una llamada pasada la media noche, y por fin pudo reunirse con su familia.

  La pregunta, ahora, empieza a girar en torno a ¿por qué le liberaron?

  Asumamos como cierta la versión de su estado físico, versión que, por cierto, ponen en duda los más radicales del chavismo, como por ejemplo Nicmer Evans quien la considera un error político. Pongamos, como dice Luis Vicente León, que es una decisión costosa que los radicales chavistas reciben como una afrenta por sus muertos, pero que el régimen lo hizo para complacer a la oposición (aunque a uno le cuesta entender que este gobierno quiera complacer en algo a la oposición). Quizá la razón de su liberación está en el exterior. Mañana se inicia la Asamblea General de Naciones Unidas. Allá va Maduro a ser recibido por la Embajadora Alterna (nadie se acuerda del embajador principal pero la alterna es María Gabriela Chávez) en momentos en que Venezuela está aspirando a una silla en el Consejo de Seguridad. Además, tenemos un voluminoso expediente en contra nuestra, allá mismo en Naciones Unidas, por violaciones a los Derechos Humanos. Y, finalmente, quizá también esté la necesidad del gobierno de devolver algo de calma al país después de tanta zozobra para reanudar así las mesas de diálogo. Recordarán ustedes que la primera condición que impuso la MUD para el diálogo fue, precisamente, la liberación de Simonovis.

  Con el paso de los días confiamos en que podremos llegar a la verdad del por qué de su liberación. Lo importante, por lo pronto, es que, como se dice ahora, al odio se le bajó dos y Simonovis pudo por fin dormir en casa con su familia.

  Un buen detalle, sin duda.

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