Naturalizar la censura – Alberto Barrera Tyszka

Por: Alberto Barrera Tyszka

Tienes delante la primera página del periódico Ciudad Caracas. Es un diarioAlberto-Barrera gratuito de clara filiación oficialista. Hoy es jueves 11 de septiembre y en la tapa destacan 4 noticias positivas y una gran foto de Maduro sonriendo. El resumen noticioso de nuestra realidad, según este medio, es el siguiente: el gobierno entrega créditos a 740 empresas, la alcaldía regala asfalto, hay un nuevo puente en Boca de Uchire y la inflación bajó a 6,7% en el mes de julio. Por eso Maduro sonríe. Está feliz. Con un país así, quién no va a estar feliz. Los problemas que resalta el periódico son menores y, por cierto, casualmente tienen que ver con la oposición: la denuncia de un problema con una laguna de aguas servidas en el estado Miranda y una investigación sobre una ONG sospechosamente financiada por el imperialismo. Si no fuera por eso, si no fuera por ellos, de seguro la revolución sería un orgasmo permanente.

Desde hace años, la nueva oligarquía está empeñada en construir una hegemonía comunicacional. No es un proyecto secreto. Lo han declarado abiertamente. Como si se tratara, además, de una causa noble. Como si aplastar todos los medios divergentes fuera un gesto de ternura. Como si imponer una única voz sobre el país fuera un acto liberador. Dice Coetzee, al analizar el surgimiento del apartheid en Sudáfrica: “Si la locura tiene un lugar en la vida, también lo tiene en la historia”. Al parecer, ahora estamos en ese lugar.

De una manera absolutamente perversa, en la tradición de los peores vicios de los peores gobiernos de la cuarta república, el chavismo abusa del poder del Estado para, aprovechando el control de cambio, controlar y asfixiar los medios impresos que no se sometan a su línea editorial. Como lo ha señalado Damián Prat, se trata de una práctica “reaccionaria y retrógrada”. Es parte del mismo delirio: prohíben y reprimen en nombre de la libertad. Silencian y censuran en nombre del pluralismo.

Esta semana el periódico más antiguo del país llegó a una situación límite. No hay justicia sino limosna. Solo le han dado papel para unas semanas más. Cualquiera podría pensar que quizás el rotativo larense se propasó y, sin presentar ninguna prueba, publicó hace dos años, por ejemplo, un titular enorme que decía: “Ministro Fleming trae de Francia un chef personal”. Pero no. El Impulso nunca hizo algo así. Su gran error, su delito, su pecado, es no ser como Ciudad Caracas. No contar nuestra felicidad. No informar sobre lo bien que vivimos, sobre la gran potencia económica que vamos siendo, sobre las garantías y seguridades fabulosas que nos da el Estado, sobre este éxtasis fascinante que algunos llaman revolución.

Lo mismo ha pasado ya, según denuncia el SNTP, con 11 periódicos regionales. Todos cerrados por la misma razón que también es, por cierto, el mismo motivo que lleva al gobierno, en medio de este panorama, a anunciar el lanzamiento de 2 nuevos diarios. Rojos rojitos, por supuesto. Igualitos a Ciudad Caracas, seguramente. Para repetir hasta el infinito la misma versión de lo que ocurre. Tú país está feliz. Más ilusiones y menos realidades. La hegemonía comunicacional solo es una forma de naturalizar la censura.

Hay algo de cinismo y de demencia en el anuncio de un nuevo periódico del partido de gobierno, al mismo tiempo que el gobierno acorrala y ahoga el periodismo independiente del país. Hay mucho de soberbia, de la inflamable soberbia de los poderosos, de los que se creen intocables. Detrás de todo respira la autosuficiencia moral de aquellos que creen que su verdad es el bien, de aquellos que pretenden salvarnos.

Los censores siempre tienen buenos motivos. Quieren protegernos de la cochina diversidad del periodismo y arroparnos con los infalibles himnos oficiales. No leas esas perturbadoras líneas sobre la escasez de medicinas. No veas esas fotos de colas gigantescas.

No vamos a permitir que sigan confundiéndote. No vamos a dejar que leas más sobre empresas de maletín y corrupción de militares. Solo queremos defenderte. Conocer tu realidad puede hacerte mucho daño.

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