Por: Carlos Raúl Hernández
La Asamblea debe recuperar sus funciones constitucionales, legislar y controlar
Una nueva mayoría nacional es el objetivo del cambio en las parlamentarias de 2015, único escenario real, práctico de lucha por el poder en este momento. Será un instante crucial como las anteriores elecciones. Si venden Citgo podrán quemar una incalculable fortuna en la campaña y paradójicamente el despilfarro profundizará las variables que hunden la nave y que escapan de sus manos: inflación, devaluación, escasez, recesión, que anuncian un 2015 caótico. Para convertir ese gran desencanto en votos, la fuerza de cambio debe revolucionarse internamente, transformar su discurso y su relación con las bases que han acompañado al gobierno. Sus acciones, palabras y gestos deben martillar que el camino es democrático, constitucional, pacífico y electoral para enfrentar la deriva autoritaria y que por sobre todas las cosas reivindica el diálogo entre opuestos como única vía política civilizada. El diálogo no es una táctica, sino la esencia de lo que se predica, la democracia moderna.
En el cuadrilátero dos contrincantes golpeados, cejas partidas y señales de cansancio. El gobierno menoscabó sus bases por la antipolítica económica, frustra a quienes confiaron en él. Según estudios entre 68% y 82% lo culpabilizan. La nueva mayoría no propiciará inestabilidad, desorden, violencia, que la sociedad se fragmente de nuevo en dos bloques irreconciliables, ni que se derrame sangre, lo que es del interés del gobierno para su marketing de espejitos ideológicos e ilusiones de distracción. Algunos creen que el miedo puede llevarlos a dar un hachazo a la Constitución y suspender el proceso electoral, aunque sería demasiado escandaloso. Lo más seguro es que quién sabe. Grupos opositores divididos, resentidos, llenos de aprehensiones y rencores entre sí, tienen dificultades para cosechar el momento.
Sembradores de cenizas
Esperanza, no amenaza. Independientemente del lenguaje que use la revolución para atacar, -su naturaleza es violenta-, una nueva mayoría instalará el respeto por el adversario para vivir en una democracia normal como Brasil, Chile, Perú, Colombia, Panamá o México, donde no se persigue a nadie. Eso implica desterrar cualquier significante de venganza. Hacer las cosas bien facilitará la posibilidad del triunfo, pero no lo asegura. Erráticos, con poca experiencia y conocimiento del hacer político, algunos convierten diferencias tácticas normales en odio, envilecen la controversia corriente, esencia de la política moderna ¿Cómo lograr que ciertos grupos, a veces influidos por el gobierno sin que lo sepan, entiendan que lo normal en la lucha por el poder es debatir y consultar, y no en distracciones del plan central: la batalla de 2015, sin más invenciones pueriles?
Hay ingenuos exasperados que juegan a la violencia en las redes, una especie de playstation con risibles e impotentes amenazas al gobierno y a sectores de la oposición, la extravagancia de partes de combate de una guerra de las galaxias que revela mentes infantiles, extraviadas. Siembran cenizas y pesimismo, aniquilan el espíritu de combate. Insultan a los que ven fútbol o hacen cola para comprar alimentos. Si no fuera por la tragedia a la que inducen a otros, serían un sketch humorístico. Cualquiera que se asome a esas cuentas en las redes podría imaginarse cuál sería el aterrador papel de estos cheguevaritas, la guerrilla virtual, en un improbable gobierno regido por ellos. Pero en el cambio predominan dirigentes con capacidad, lucidez, ecuanimidad y los equipos necesarios para superar la desgracia de las mayorías, que no utilizarán tribunales para perseguir adversarios políticos, como hacen hoy contra Leopoldo López, Sairam Rivas (víctima de una deplorable conspiración) y tantos otros, porque eso es terrorismo judicial.
Al rescate de la AN
Ponen como sine qua non condiciones electorales óptimas al tiempo que pa-radójicamente insisten en que “en Venezuela hay una dictadura”. Deberían vivir en Noruega, Dinamarca, Canadá, Suecia, Australia y Holanda y regresar cuando aquí haya triunfado la institucionalidad. Desgraciadamente a los venezolanos de este tiempo tocó desafiar una autocracia plebiscitaria, transitar por calles inseguras, recibir atropellos del Estado, carecer de bienes esenciales, enfrentar la amenaza del totalitarismo y eso no se vencerá con quejidos, ni llantos, ni pegando a la familia, ni con insultos destemplados por las redes desde el pie de un cocotero. Una nueva mayoría aprobará el conjunto de medidas legislativas en materia social y económica de emergencia para detener los daños de las atolondradas decisiones oficiales.
La Asamblea debe recuperar sus funciones constitucionales, legislar y controlar y no ser una oficina para los errores del gobierno. En ella tendrán que convivir maduristas, chavistas, opositores y cualesquiera otros sin agavillamientos. Desde ahora debe enfrentarse nacional e internacionalmente el ventajismo, el uso de los recursos públicos, el amedrentamiento y la intimidación a la disidencia con la fuerza pública e irregulares armados. Los elementos que adulteran el proceso electoral son: voto asistido, doble o triple cedulación, coacción por la fuerza a electores y testigos de mesa, y carencia de éstos últimos. El Arzobispo Desmond Tutú pedía a los exaltados de la oposición surafricana: “baja la voz y mejora los argumentos”.
@carlosraulher