Por: Asdrúbal Aguiar
Son distintas las caracterizaciones que reciben los gobiernos integrantes del eje de La Habana, que poco a poco, luego de la influencia política ejercida por ésta sobre aquéllos, en lo adelante también se sujetan al dominio económico de los chinos. Venezuela es el modelo.
Desde la trinchera intelectual se habla de autoritarismos electivos o populismos carismáticos con vocación totalitaria: pero lo único veraz es que todos a uno apelan a la democracia procedimental -elecciones- para vaciarla de contenido democrático y eliminar la alternabilidad. A la vez, rescatan de sus cenizas al parque jurásico del marxismo, le limpian el rostro y lo ponen a ritmo de Twitter, crean hegemonías comunicacionales, a la vez que practican el capitalismo salvaje con los dineros públicos mientras cuestionan nominalmente a la globalización y sus poderes mediáticos y financieros.
Lo relevante es el denominador común que se los traga en silencio y engulle a nuestros pueblos en medio del debilitamiento y desinstitucionalización que sufren los Estados que detentan tales gobiernos. Minúsculos para asumir los graves desafíos contemporáneos y elefantiásicos a la hora de resolver sobre la cotidianidad de la gente, reducen su tarea a la compra de lealtades o la indiferencia; de modo que se personalizan éstos y sus gobiernos mientras la hidra del narcotráfico envuelve sus pedazos, las partes restantes de la vieja organicidad pública, cooptando y controlando partidos, militares, jueces, policías, redes económicas y bancarias, puestos de identificación e inmigración, registros y notarías públicas, etc.
No exagero al plantear lo anterior.
La cuestión muestra su rostro gélido tanto como desnuda la muerte moral de la res-publicae desde cuando, en el asiento del Socialismo del siglo XXI, Venezuela, se recibe con honores de jefe de Estado –luego de que Holanda lo libera, al considerar que no media “delito grave” como lo pide la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares- a un general, Hugo Carvajal, señalado como presunto cabeza de uno de los cárteles del narcotráfico. Es rescatado por el presidente Nicolás Maduro, quien lo presenta ante los suyos como héroe nacional. Antes, le espeta a la opinión pública que se la juega por él.
La historia es ominosa. Los homicidios por ajustes de cuentas saltan en Venezuela de 4.500 en 1999 hasta casi 24.000 en 2013, sin contar los asesinatos de Estado nunca investigados que se comentan en los mentideros, para acallar razones que se ignoran pero presumen.
En 2008, Hugo Chávez, banalizando el asunto, desde la Asamblea Nacional y al hablar del territorio que él y sus “pares” gobiernan, propicios para la realización de la utopía, dice a los embajadores presentes que “la coca no es cocaína”. “Yo mastico coca todos los días en la mañana y miren cómo estoy. Evo me la regala así como Fidel me manda helados Copelia y muchas otras cosas que me llegan frecuentemente de La Habana”. Hoy se encuentra tres metros bajo tierra, según afirman, en el Cuartel de La Montaña, en Caracas.
Lo cierto es que los venezolanos sufrimos los efectos devastadores del pacto que suscribieran Chávez y las FARC en agosto de 1999, a través de otro militar señalado de vínculos con el terrorismo y las drogas, Ramón Rodríguez Chacín. El capo Walid Makled, empresario chavista, a la sazón no es entregado a los americanos por el presidente Santos, como Holanda no entrega a Carvajal, y sí son devueltos a Caracas mientras el primero declara, para hilaridad de una Justicia servil, que ha financiado ministros, diputados, y generales.
Se entiende así, en medio de colusiones y lenidad, que a todas éstas el indicado Carvajal fuese jefe de inteligencia militar –suerte de Vladimiro Montesinos– del chavismo y, luego, que Maduro lo reincorporase a la actividad militar, le nombre su viceministro de Lucha contra la Delincuencia Organizada, antes de hacerlo cónsul: “punto de fusión entre lo militar, lo político y lo netamente criminal”, escribe el periodista Javier Ignacio Mayorca el pasado 28 de julio en El ocaso del general.
Entre tanto, la Conferencia Episcopal Argentina, en noviembre pasado, advierte al gobierno de la Kirchner sobre el avance del narcotráfico en su país, en una “situación de desborde que ha llegado con la complicidad y corrupción de algunos dirigentes”. Y es electo, cabeza de la Unasur, el expresidente Ernesto Samper, cuyo gobierno suscita polémicas y es aislado por Estados Unidos desde 1994, al recibir para su campaña dineros de la droga.
El socialismo del siglo XXI, en suma, juega a las elecciones. Y cabe preguntarse si los narcogobiernos salen por el escrutinio de la opinión pública o manifestaciones civiles. Se trata de una tragedia, que la imaginación democrática regional ha de transformar en drama.