Por: Elías Pino Iturrieta
Los resultados de las votaciones internas del PSUV han generado comentarios alegres en el seno de la oposición, regocijada por las filas vacías de militantes en un partido que se pregona como popular y se ufana del respaldo del soberano. La flaca asistencia de rojos-rojitos remite a un descalabro de la organización que sostiene el proyecto revolucionario, dicen los opinadores de la otra orilla sin ocultar su felicidad, pero sin observar cómo pasan cosas semejantes en una casa cada vez más alejada de las preocupaciones de la ciudadanía y de la sensibilidad de quienes hasta ahora les han respondido con fe de carboneros.
La abstención en las elecciones internas del partido de gobierno es elocuente pero, así como produce reacciones de felicidad en la acera del frente, no conduce al anuncio de sus funerales. Solo se ha comprobado una lejanía entre dirigentes y militantes, una distancia que no es nueva, una indiferencia cuyo establecimiento remite al último lustro de manifestaciones sin entusiasmo y de mítines pagados por el erario. Las muchedumbres desaparecidas del mapa y reemplazadas por la asistencia forzosa de empleados públicos son las precursoras de la convocatoria sin eco que sucedió el domingo pasado y que algunos voceros, descontentos de la misma tolda, calculan en un 80% de seguidores que no se sintieron concernidos. Ni siquiera se puede achacar la falta de convidados al inexistente carisma de Maduro, pues ya era evidente en las concentraciones presididas por el desparecido fundador para que se confirme la presencia de una mengua capaz de preocupar a quienes tienen el proyecto de gobernar hasta el fin de los tiempos.
Preocupación relativa y apenas llamada a provocar reflexiones pasajeras, en todo caso, no en balde el PSUV lleva quince años haciendo y deshaciendo sin la molestia de consultar a la base ni a la dirigencia de las regiones. Cónclave sin ganzúa para la gente común, desde los tiempos de Chávez y ahora bajo el control del madurismo poco les ha importado la opinión de la militancia. ¿Les tiene que importar ahora? Tal vez el tiempo de las vacas flacas los obligue a una apurada consideración, no en balde ha sido gigantesca la estadística de los renuentes que deben dejar la renuencia a la hora de los conflictos que puedan causar las carestías materiales. Pero también cuentan con la costumbre de sumisión que hasta ahora ha sido la esencia de los colorados obedientes, posibilidad de respiro que les permitirá la realización de un congreso destinado a repetir consignas y a machacar la fidelidad al líder que maneja los hilos desde la eternidad. Pueden estirar la arruga, en suma.
La debilidad de la oposición no es tan elocuente porque no se ha visto ante el trance de un desaire descomunal como el comentado, porque no ha convocado a manifestaciones a través de las cuales se pueda advertir el golpe de una indiferencia susceptible de confirmar la soledad de la dirigencia. En general, por razones de peso y muchas veces sin ellas, la gente que antes seguía a la MUD no solo se ha permitido muestras de disgusto sino también expresiones de repudio causadas por lo que consideran como una ausencia de liderazgo. No ha faltado la búsqueda de explicaciones en la impaciencia de los oposicionistas, en la multiplicación de actitudes extremas que ha provocado la dureza de las vicisitudes que hoy se experimentan y en las acciones desacertadas de ciertas salidas sin destino, pero es evidente la existencia de una frustración generalizada que no debe achacarse solo a los descontentos sino también a quienes se han presentado como líderes. ¿Pueden esos líderes estirar la arruga, como desea fervientemente quien escribe y como parece que pueden hacer los jefes del PSUV? Ojalá, pese a la falta de apoyos económicos y de los recursos de diverso tipo que habitualmente maneja el oficialismo.
Sea como fuere, estamos ante un curioso escenario en el cual se enfrentan dos fuerzas sin fuelle, dos tendencias sin consistencia en sus soportes, dos expresiones políticas sin un apoyo que les permita pensar con tranquilidad el futuro cercano. Vacíos compartidos y sin antecedentes próximos son las tablas desesperadas que hoy se pueden cantar.
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