Por: Alberto Barrera Tyszka
Toma el teléfono ahora y marca el 0800-72268253. Apenas te atiendan, habla sin miedo. Diles la verdad. Que todo está caro. Que hacer cola no es divertido. Que tú quieres comprar en el mismo abasto donde Elías Eljuri compra su canasta básica. Dale con confianza. Ese es el número que relanzaron el año pasado para que cualquiera de nosotros pueda denunciar a los cochinos capitalistas, a los responsables de lo que pasa. Cuenta todos tus problemas. No te preocupes por el tiempo que la llamada es gratuita. Pregunta en qué puesto del mercado de Guaicaipuro Cilia consigue sus trapitos. Diles que el sueldo ya no te alcanza. Que no entiendes nada. ¿Qué está pasando? ¿No y que Maduro necesitaba el poder habilitante para combatir la guerra económica y acabar con la crisis?
El especulacionismo es uno de los aportes teóricos de este gobierno en el difícil campo de la interpretación de la economía. Es un concepto amplio y generoso, sirve para todo, se puede usar al derecho y al revés. No se daña si se moja. Tampoco se deprecia. Funciona en cualquier espacio. Nunca te deja mal. El especulacionismo es, en sí mismo, otro acto de especulación. Supone que hay un movimiento nacional dedicado al vicio contagioso de vivir de la imaginación, ignorando el valor verdadero de cada cosa. En este país, la realidad solo es una hipótesis.
Quizás por eso las explicaciones de lo que nos ocurre siempre son tan variables. Eso que llamamos las “condiciones objetivas” o las “estructuras socio-económicas” aquí no son propiedades pesadas y definitivas, sino materias volubles y caprichosas. Por ejemplo: hasta hace poco, íbamos a ser una gran potencia económica mundial. Y nos dijeron que, gracias al gobierno revolucionario, nos habíamos salvado de la crisis neoliberal que devoraba al planeta. Luego, cuando el mapa comenzó a crujir, empezaron a denunciar una campaña mediática. Después hablaron de guerra económica. Aunque también nos decían que la crisis era una “bendición” que nos llevaría más rápido al socialismo. Más tarde, acusaron al terrorismo internacional, invocaron un feroz sabotaje económico en contra de los hijos de Bolívar. Ahora nos dicen que, más bien, los hijos de Bolívar tenemos “una cultura del no trabajo, del no esfuerzo y de la no producción”. Parranda de flojos, camarada.
El especulacionismo también permite dilucidar y aclarar dónde carajo están el millón de millones de dólares que, según los especialistas, ha entrado al país durante estos años de bonanza petrolera. No es poca cosa. Sobre todo si padecemos la inflación más alta del mundo. Es una cantidad de dinero que cuesta mucho pensar, contener en una imagen. Y si cualquiera de nosotros la contrasta con lo que vemos y vivimos diariamente, resulta todavía más lejana y sorprendente: pon la cifra de 1 millón de millones de dólares frente a cualquiera de los grandes hospitales públicos del país. Lo que ves es una tragedia. La economía es el vacío.
¿Qué dice el especulacionismo frente a esto? Que la realidad miente. Que escamotea la verdad. Que lo que vemos no es lo que es. Lo ha dicho Nicolás Maduro y lo ha refrendado Héctor Rodríguez: desde 1999 hasta ahora, un poco más de 60% de todo ese dineral se ha destinado a la “inversión social” que es lo mismo que el “desarrollo social”, que también es igual al “gasto social”. Suena bien pero resulta indemostrable. ¿De qué se trata exactamente? ¿Cómo se comprueba que más de 600.000 millones de dólares se han usado en programas sociales? ¿Qué más entra en este rubro? ¿Viajes, marchas, franelas, eventos? ¿El presupuesto de La Casona? ¿110 viceministerios? El especulacionismo no requiere presentar pruebas. Tampoco tolera controles o auditorías. No tiene por qué darle información al pueblo.
Llama al 0800-sabotaje. Di que quieres poner una denuncia. Que todavía estamos esperando que el gobierno muestre la lista de empresas fantasmas a las que les dieron más de 20.000 millones de dólares. ¿Cuánto cuesta un kilo de transparencia?, pregúntales. ¿Qué precio tiene la verdad?