Por: Alberto Barrera Tyszka
Un indicador de la asfixia del país es nuestra taquicardia electoral. Los venezolanos, desde hace mucho, cuando no estamos votando, estamos en campaña electoral. Creo que llevamos más de una década con comicios anuales. El sufragio ya es como las Navidades. Las elecciones han pasado a ser una suerte de prefinal de capítulo que alimenta la polarización y nos mantiene en suspenso. Hay un día al año cuando el país puede practicar una suerte de catarsis, un ejercicio de la no violencia para tratar de desquitarse de la permanente violencia institucional a la que nos tiene sometidos el Estado. El voto es un método de defensa personal.
No deja de ser paradójico, para variar, que aquellos que quieren destruir el “Estado burgués” y cuestionan con vehemencia la “democracia representativa” se empeñen todo el tiempo en legitimarse con una ceremonia que, en el fondo, desprecian. Esa ta mbién es otra herencia del líder. Chávez creía en las elecciones porque las ganaba. La única vez que perdió dio un espectáculo en cadena nacional. Olvidó el guión, perdió los estribos, insultó a un periodista, sentenció que la victoria de la oposición era una mierda. Así entendía y vivía la diversidad. La democracia solo era una extensión de su popularidad.
Pero ahora es distinto. Abril le dejó una enseñanza dura al poder. Billete no mata a galán.
Ni siquiera la publicidad más millonaria ni todos los favores complacientes de las instituciones pudieron evitar la catástrofe. Con todas las dudas del caso, Maduro es un triunfo empujado. Maduro es un de vainita. Para el chavismo sin Chávez, las elecciones son cada vez más un evento traumático, una suerte de striptease forzado, que deja al aire su crisis de carisma y su tentación autoritaria. Aparte de la amenaza, no tiene otro mensaje. Su única oferta electoral es encarcelar al adversario. El chavismo sin Chávez es un vacío de contenido. Han pasado de la utopía de salvar el planeta al desespero de salvarse a sí mismos.
Cuando Nicolás Maduro invoca la trilogía del mal, imita más a George W. Bush que a Hugo Chávez. A su manera, ya ha repetido varias veces que la oposición tiene secretas armas de destrucción masiva. Si fuera por él, estaría a un tris de promover una invasión. De hecho, todo el trabajo oficial en contra de Henrique Capriles y de Henri Falcón es una agresión sostenida, una guerra verdadera, administrada con dinero público, para destruir la disidencia. Que Jaua y Reyes Reyes dirijan fundaciones en las dependencias federales donde fueron derrotados es una evidencia vulgar de la corrupción política y ética del país. El gobierno ha convertido el Estado en un arma contra de la democracia.
Las elecciones del 8 de diciembre, desde hace meses, son nuestro nuevo suceso político. Para el oficialismo es una nueva oportunidad en su esfuerzo por repolarizar al país. De seguro, también, es otro gran guiso. Ahorcan económicamente a los adversarios mientras usan y abusan de los bienes públicos con fines electorales. Eso también los delata. Actúan como si jamás pudieran volver a ser la oposición. También así se define el totalitarismo: siempre tiene pretensiones de eternidad.
Creo que nunca como ahora el país necesita un CNE menos tibio y más frontal. Este es su momento. Y hay que debatirlo ahora. Por ejemplo: creo que permitir que el gobierno convierta el día de las elecciones en una fecha de fidelidad a Chávez introduce, desde ya, una falla de origen en los próximos comicios. Dejar que eso ocurra es, institucionalmente, una estafa, un fraude.
Decretar el 8 de diciembre como un día de lealtad afectiva y religiosa al poder no solo es un acto de pornografía electoral.
También es un delito. Maduro denunció esta semana que la oposición planea desconocer los resultados del 8 de diciembre. Sin embargo, desde ahora, el poder está manipulando esos resultados. No solo hay que defender el voto. También hay que defender las elecciones. El ventajismo es una moderna forma de tiranía.
Asi como también dejarse aplicar el ventajismo y solo decir “gafo estupido”, es una moderna forma de pendejura