Por: Sergio Dahbar
Este año se cumplen 75 años de la transmisión radioeléctrica de la supuesta invasión de los marcianos a la Tierra, lanzada al aire por la empresa de comunicaciones CBS a las 8 pm, el 30 de octubre de 1938. Era una adaptación de La guerra de los mundos (1898), de H. G. Welles.
Muchos políticos demagogos de todo el mundo han aprovechado este incidente para demonizar medios de comunicación que se exceden y cruzan una línea peligrosa para la sociedad. Y para exigir que sean regulados.
La efemérides resulta apropiada también para darle ánimo a muchos periodistas que perdieron su trabajo en Venezuela por amenazas, por acoso, por autocensura o porque el gobierno compró medios para limpiarlos de gente incómoda.
El programa de los domingos del Mercury Theatre antes de esa fecha ya había trasmitido 16 adaptaciones más: El conde de Montecristo había sido memorable. El productor era John Houseman; el director, nada menos que Orson Welles; y la adaptación de ese domingo célebre fue realizada por Howard Koch. El programa se rotuló correctamente en su minuto inicial. Pero muchos oyentes no se enteraron.
De acuerdo con encuestas de la época, el programa dominical de Mercury Theatre convocaba a 4% del público de radio, mientras 35% de la audiencia prefería un programa cómico del ventrílocuo Edgar Bergen y su muñeco Charlie McCarthy, en otro canal.
Pero esas encuestas no valoraban que, cuando el humor bajaba de tono, el público cambiaba de dial para conocer lo que ocurría en las otras bandas. A las 8:12 de esa noche, el programa de Bergen/McCarthy realizó un intervalo para incluir a un cantante poco conocido. El desliz fue fatal.
Quienes se movieron hacia CBS descubrieron la alarma marciana en su furor mesiánico, y, como bien apunta Homero Alsina Thevenet, debieron creerla porque escaparon de sus casas, rezaron e intentaron suicidarse. Esa noche “los habitantes de las ciudades querían refugiarse en las montañas, mientras que los de las montañas corrían a protegerse en las ciudades”.
Demasiados talentos transfiguraron una dramatización más en una realidad desesperada. El dominio del ritmo y la pausa de Orson Welles; la inclusión de frases musicales tranquilizantes; la voz idéntica a la del presidente Roosevelt; la recreación de un testigo que observa los hechos en vivo, tal cual como ocurrió cuando el dirigible Hindenberg explotó frente a costas estadounidenses en 1937.
Sobre el Mercury Theatre cayeron múltiples juicios por daños morales y materiales, pero el contrato de la CBS exoneraba al grupo de toda responsabilidad legal. Los anuncios realizados al principio y al final del programa eran correctos y no dejaban lugar a dudas. El único reclamo atendido fue el de un campesino que gastó 3,25 dólares en un boleto de autobús para huir.
Había ahorrado esa suma para comprarse zapatos. Los quería negros, 9B. Así se los enviaron. Hollywood se llevó a Houseman, a Koch, a Welles (23 años) y a todo el elenco del Mercury. Los resultados de captar semejante talento fueron dos películas notables para la historia del cine: Ciudadano Kane y Casablanca.
No hubo acciones legales contra CBS. No procedían: el canal había advertido en la introducción y en el cierre que se trataba de una simulación, realizada por profesionales del teatro. Nadie tenía la culpa de que fueran muy buenos.
La mejor manera de castigar la improvisación, la falta de verificación de los hechos y el manejo irresponsable de la información que difunden los medios, está en poder de las audiencias, que todos los días leen periódicos y revistas, encienden el televisor, sintonizan la radio o navegan por Internet. Ellos pueden mantener viva una noticia o simplemente ignorarla.
Son las mismas audiencias que un día se cansan de la intolerancia, la corrupción, las mentiras gubernamentales, la ineficiencia administrativa, y así como cambian de canal o de periódico, un día inexplicablemente le dicen adiós a un estado que se parece demasiado a una película de mafiosos dirigida por un Tarantino chapucero.
Y de repente todo lo parecía inamovible y eterno se convierte en un mal recuerdo en la memoria viva del continente. Como diría sabiamente Tomás Eloy Martínez, los seres humanos se pasan la vida buscando lo que ya han encontrado. Me equivoco?